En verano cierta elite que trabaja más o menos duro el resto del año no puede parar, y para evitar que el ocio lo engulla se refugia en el activismo social. La combustión de las hogueras del poder económico, político y social cesa en agosto, pero el activista de la zona alta del pastel (la crema, se decía antes) goza respirando los humos remanentes en el aire en saraos, encuentros, fiestas y eventos de toda clase, cuya gestación y gestión llevan mucho tiempo al activista activo, y su disfrute, que obliga a andar todo el dia de aquí para allá, ocupa gran parte del mes al activista pasivo. Quedan huecos, es cierto, en los que el ocio, con su carga de angustia potencial, amenaza infiltrarse, pero para rellenarlos están esos cafés que se quedan en tomar con alguien en agosto. Con todo ese ajetreo, septiembre en el horizonte es para esa respetable parte de la gente una imagen de paz.