"Las mentiras suelen ser mucho más atractivas y fáciles de contar que las verdades, y por eso, cuando se apoderan de nosotros, es muy complicado librarse de ellas". Eso decía Javier Cercas, hace unos días, en una de sus columnas. Y es que como siempre es más atractivo lo prohibido que lo autorizado, lo peligroso que lo seguro, lo movido que lo tranquilo, lo espectacular que lo sencillo, lo excepcional que lo cotidiano, y la realidad no suele ir por ese lado, de vez en cuando nos gusta inventar cosas que tengan que ver con la mentira. De ahí que a los seres humanos nos guste soñar, porque en los sueños cabe cualquier tipo de comportamiento, de sensaciones o de aventuras, sean o no ciertas. Y como el contendido de nuestros sueños solo lo conocemos nosotros, nos permitimos falsearlos para mayor disfrute, y poder ver las cosas no como son, sino como nos gustaría que fueran.

Muchas han sido las voces que han venido clamando en estos días apropósito del barco "Open Arms" que, con más de cien personas a bordo, ha esperado ser acogido en alguna parte. No hace tanto tiempo, se resolvió también el problema del "Acuarius", que trajo a España a más de 600 migrantes, pero ambos hechos no son sino mínimas puntadas en un bordado que aún no ha llegado a dibujarse. Porque no se trata de echar una mano de vez en cuando, ni de poner en marcha iniciativas u ocurrencias por parte de un solo país, sino de una política general del conjunto de las naciones más desarrolladas, y en este caso concreto del conjunto de los estados europeos.

Porque los migrantes no buscan expresamente ser acogidos en España, ni en otro país en particular, sino en un lugar, sin definir, donde puedan recomponer sus vidas, lejos de unos arraigos que tendrán que abandonar, ya que no les queda otra que huir de la miseria, de escapar de persecuciones políticas, o de otras causas que no viene al caso citar en este momento.

Pero los países europeos en general y los que pertenecen a esa cosa llamada UE, en particular, de la que formamos parte, han preferido silbar la marcha del "Puente sobre el río Kwai" mirando para otra parte, en medio de esa enorme mentira que es la de ignorar la realidad, y actuar como si el problema ya estuviera resuelto. Así hemos visto como ese "solidario" país, llamado Bélgica, que se desvive en ayudar a un prófugo golpista no ha movido un solo dedo para echar una mano a esa gente que se debate entre el ser o no ser, entre seguir o no seguir viviendo. Ese otro líder mundial, que ya ha mostrado su "solidaridad" con el resto de Europa, a través del Brexit, prefiere entretenerse observando como el "peñón" sigue siendo un paraíso fiscal. El imperial país austriaco, se aprovecha de las ventajas de la UE, y hace lo que le viene en gana, en cada momento. Los "idealizados" países del norte, como lo puedan ser Suecia, Holanda o Dinamarca, que siempre ponemos como ejemplo de democracia y de reparto de la riqueza, parece que lo único que les interesa es venir a tumbarse en nuestras playas y dar buena cuenta de unos cuantos barriles de cerveza. Así podría pasarse revista al conjunto de nuestros socios y vecinos europeos, incluida la república italiana, que, en los últimos dos años, ha decidido no admitir a ningún migrante, lo que les ha valido una unánime condena. Claro que nos hemos olvidado que este último país, tras los de Grecia y Chipre, que han acogido a un millón de migrantes en los últimos seis años, es el que más ha recibido: concretamente 653.000, lo que supone una media de casi 160.000 por año, si exceptuamos los dos últimos en los que ha bajado esa cifra hasta los 15.000. Nuestro país, del que tanto presumimos, ha acogido a 155.000 migrantes en el mismo periodo de tiempo, es decir una media de 26.000 por año, cifras bastante inferiores a las de los italianos.

Pero es más cómodo ver solo el presente, olvidarse del pasado, y no pensar en el futuro, y centrar todas las iras en el insensible ministro del interior italiano, sin tener en cuenta a los demás países y a nosotros mismos. Y, por si fuera poco, algunos voceros critican, con aviesas intenciones, la calculada actuación de nuestro Gobierno, en lo que se refiere al salvamento y acogida de migrantes en el Mediterráneo, en la que puede leerse la máxima de que cada uno hace lo que puede, y que, por tanto, no parece de recibo que tenga que ser España - el país europeo con mayores cifras de paro - quien tenga que acoger y dar empleo a esa gente que tanto lo está necesitando.

A todo esto, las principales corrientes religiosas e iglesias, incluidos los monjes tibetanos y los Hare Krishna con sus campanitas, apenas hacen ruido al respecto. Y, en medio de tanta indiferencia, aumenta el número de pusilánimes que tienen miedo hasta de cerrar los ojos.

El caso es que no es tan difícil entender el problema. Basta con pensar que si nuestras madres nos hubieran parido en aquellos otros países nos encontraríamos ahora en la misma situación que estos migrantes, y haríamos todo lo posible por garantizarnos una vida digna, procurando que nuestros hijos no tuvieran que pasar por las mismas calamidades que nosotros. Pero no somos capaces de hacerlo, de ahí que no se me haya ocurrido ningún titular concreto para este artículo y se quede en un mero título en blanco.