Parece bastante obvio que alcanzar un mayor nivel educativo debe incrementar la perspectiva laboral de los jóvenes. El informe de la OCDE de 2018, Panorama de la Educación, nos facilita algunas cifras al respecto sobre las que merece la pena reflexionar. La tasa de empleo entre jóvenes adultos con estudios superiores en España es del 77% frente al 69% de aquellos con titulación de educación secundaria. En el resto de países pertenecientes a esta organización, la tasa de empleabilidad sube hasta el 84% para los titulados superiores, frente al 77% para los titulados en secundaria. Con la precaución que nos merecen las estadísticas, llama la atención la escasa diferencia, de entre un 7% y 8%, en la tasa de empleo de titulados superiores respecto a titulados en secundaria, habida cuenta del esfuerzo intelectual y económico que suponen los cuatro años que, como mínimo, pasa un estudiante en las aulas universitarias.

Es también bastante obvio que esta escasa diferencia puede tener múltiples causas y requeriría un análisis minucioso; sin embargo, sí existe una causa educativa fundamental en educación superior y es la brecha existente entre un titulado cualificado y titulado competente. La preocupación por minimizar esta brecha es la que dio lugar hace ya más de dos décadas al famoso, pero quizá poco reconocido, Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), con encuentros importantes en Bolonia (1999), Praga (2001), Berlín (2003), Bergen (2005), Londres (2007) y que, a día de hoy, sigue teniendo dificultades a la hora de llevarse a cabo. Veamos a qué me refiero con una cuestión que planteo a mis estudiantes: "cuando terminéis el Grado y solicitéis trabajo, ¿qué hace a un empleador contratar a Juan en lugar de a Pedro que se sienta a su lado y ha estudiado lo mismo, en la misma universidad, con un expediente similar y ambos sin experiencia?" Después de oír variopintas respuestas, llegamos a la conclusión de que lo que hace a un empleador decantarse por un candidato es algo que no se relaciona tanto con el expediente, sino con el valor añadido que pueda aportar ese candidato a la organización.

El psicólogo industrial McClelland se dio cuenta de que los profesionales más brillantes de las organizaciones no se relacionaban directamente con los que tenían un mejor expediente, e investigó qué es lo que los hacía más brillantes. Llegó a la conclusión de que era una característica, un valor subyacente en la persona causalmente, que no casualmente, relacionada con el desempeño en un trabajo determinado. A ese "valor añadido" lo denominó competencia y es lo que más tarde dio lugar al enfoque por competencias en Educación Superior. En este sentido, el proyecto europeo Tuning, en español proyecto sintonía, se preocupó de cómo llevar a las aulas universitarias de toda Europa (de ahí el nombre sintonía), este nuevo enfoque, de manera que se pudiera formar un perfil académico-profesional eficiente según las demandas sociales para el nuevo siglo. Para ello, forzó diálogo conjunto con una población de 944 empleadores, 998 profesores universitarios y 5.200 estudiantes recién graduados de 101 universidades de 16 países y de siete áreas distintas.

Entre todos establecieron una serie de competencias fundamentales en cualquier profesional independientemente de la titulación y que, por tanto, debería desarrollar todo graduado a lo largo de los cuatro años universitarios, las denominadas "competencias genéricas". La lista era bastante amplia y para mayor utilidad a la hora de planificar las prácticas del estudiante y desarrollar la metodología didáctica por parte de los profesores, las clasificaron en tres grupos: competencias "instrumentales" o medios para hacer cosas tales como: la capacidad de análisis, la capacidad de organización y planificación, la habilidad para la comunicación oral y escrita, la habilidad para la resolución de problemas, para gestión de la información. Competencias "interpersonales" tales como trabajo en equipo, compromiso ético, capacidad para trabajar en diversidad y competencias "sistémicas" que suponen pensar en la organización como un sistema no aislado del mundo, sino como perteneciente a un sistema social global, tales como espíritu emprendedor, iniciativa, capacidad para seguir aprendiendo, preocupación por el rigor y la calidad.

Después de haber expuesto sucintamente qué son las competencias se puede entender fácilmente por qué actualmente sigue presentando dificultades en la práctica de la universidad. La formación universitaria a diferencia de la formación secundaria se plantea no solo como desarrollo personal, sino como requisito de avance social y económico. No es casual que sea una organización de naturaleza económica, la OCDE, la que se ocupa y preocupa de la calidad educativa, con la premisa de que a mayor y mejor calidad, mayor desarrollo económico del país. Ahora bien, llevar a la práctica el desarrollo de competencias requiere sistemas de orientación, seguimiento y evaluación que comprendan además del saber referido a los conocimientos técnicos; el saber hacer, referido a la aplicación práctica y operativa del conocimiento y el saber ser referido a los valores como forma de percibir a los otros y de vivir, pero de estos sistemas nos ocuparemos en el próximo encuentro.