No es el verano la peor época para recordar que sumergirse en la lectura de un buen libro -o no muy bueno pero entretenido- no es menos refrescante que huir de los rigores de las altas temperaturas lanzándose al agua de la piscina, zambullirse entre las olas del mar o dejarse acariciar por la brisa fresca de la montaña.

Quien de vez en cuando lo hace no solo nota la satisfacción, a veces casi física, de adentrarse en otros tiempos, otros mundos; en rincones recordados o desconocidos del la geografía y de los sentimientos y la naturaleza humana. Es impagable la sensación de libertad de apertura de mente y de miras que la lectura de un libro puede reportar. Palabras al viento que llevan en volandas y juegan con el lector a poco que éste se empeñe en desentrañar los secretos que se esconden tras la hábil combinación de esa caja fuerte que son palabras y frases compuestas en un orden y con una intención determinadas.

Los libros son magia y detrás de la magia siempre hay un mago. En este caso muchos, el escritor, el editor, el librero o el bibliotecario. Al final de todos ellos, podremos decir como en el Romancero Viejo le ocurriera al rey Don Fernando refiriéndose a Zamora, un rincón se suele olvidar, el de los conductores-bibliotecarios del Bibliobús que dedican su trabajo a acercar los libros a los habitantes de las zonas rurales más alejadas y a los escolares de los colegios.

A uno de ellos, José Crespo, sus compañeros de toda España lo premian por treinta y seis años de dedicación a esa tarea que, conociéndolo desde hace muchos años, presumo que no desempeña como un trabajo sino como un privilegio. La próxima vez que lo vea le preguntaré al respecto. Indagaré, como en una novela de misterio, si el estímulo que reciben sus dedos sobre el volante al cerrar las puertas de su vehículo cada mañana y encaminarse a su primer destino es similar al que llega al pasar página cuando la narración alcanza su cenit.

Otro bibliotecario, Jorge Luis Borges, escribió: "De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación".

Eso llevan José Crespo y sus compañeros hasta las manos, los ojos y las mentes de sus destinatarios y las traen de vuelta tiempo después, aún más vivos, rumbo a sus siguientes depositarios temporales. En volandas por carreteras sinuosas y excitantes como una buena trama literaria, las rimas de un poema o las sensuales formas de un cuerpo femenino. Extensiones de la memoria y la imaginación. Felicidades, Jose.

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