En uno de los laterales del sagrario de la Iglesia de Cristo Rey de Zamora están escritas estas palabras del Señor que escuchamos en el evangelio de este domingo: "he venido a prender fuego a la tierra". El contexto inmediato de todo este fragmento es la inminente pasión que Jesús va a sufrir en Jerusalén. Cada evangelista nos ofrece una perspectiva, un acento distinto de la vida del Señor. Lucas, el evangelista que nos está acompañando a lo largo de los domingos de este año litúrgico, se centra mucho en su relato evangélico en el camino de Jesús hacia Jerusalén y recoge muchas de las enseñanzas que el Señor ofreció a sus discípulos y a la gente camino de la ciudad santa. El evangelio de hoy es una buena prueba de ella. Para los cristianos de oriente no hay duda de que ese fuego del que habla Jesús se trata del Espíritu Santo. Sin excluir esta interpretación, podemos ver también ese fuego en la eucaristía y en el sagrario, fuente y cumbre de nuestra vida cristiana. Esto nos lleva a preguntarnos por el termómetro de nuestra vida cristiana. Vivimos en un mundo de modernidad líquida, donde la tecnología nos hace la vida fácil y cómoda y en el que sustituimos experiencias de sentido por sensaciones (una buena cena, unas buenas vacaciones, un momento de relax en un spa). Así las cosas, es fácil diluirse en la masa y difícil tener principios claros por los que definirse y luchar. Pero ese es justamente el deseo de Jesús en este domingo: incendiar la tierra con el fuego de su amor. El papa Francisco, desde que fue elegido, no ha dejado de llamarnos a la conversión para que seamos una Iglesia pobre para los pobres, de que anunciemos sin cesar el amor misericordioso de Dios que nos ama incondicionalmente, de que hagamos una opción misionera que lo transforma todo. Después de seis años de su elección puedes preguntarte sinceramente: ¿esto ha calado en mí o sigo siendo un católico bajo en calorías? ¿He cambiado en algo o sigo enredado en la misma mediocridad que antes? Al papa Francisco precisamente le gusta citar esta frase de Léon Bloy: "la única tristeza que hay es la de no llegar a ser santos". En la primera quincena de septiembre aparece la traducción española del último libro del cardenal africano Robert Sarah, donde medita sobre la actual situación de la Iglesia y de los católicos. Escribe en el prólogo: "A menudo me preguntan: ¿Qué debemos hacer? [...] La unidad de la Iglesia tiene su fuente en el corazón de Jesucristo. Debemos mantenernos cerca de él. Ese corazón que ha sido abierto por la lanza para que podamos refugiarnos en él, será nuestra casa. La unidad de la Iglesia reposa sobre cuatro columnas. La oración, la doctrina católica, el amor a Pedro y la caridad mutua deben convertirse en las prioridades de nuestra alma y de todas nuestras actividades". Tienes el fuego del corazón de Cristo. ¡No lo desperdicies!".