El verano es siempre una época propicia para las conversaciones que solucionan el mundo, el país, la diócesis y la vida. Poder disfrutar de algo más de tiempo libre nos permite dedicarlo a compartir preocupaciones y soluciones, contagiados de la luz del verano nos atrevemos a iluminar aquellos problemas que en muchos casos asumiremos con resignación en cuanto el otoño haga acto de presencia, pero mientras tanto, soñemos con que podemos cambiar las cosas.

Estas semanas he podido conversar con varios amigos sobre una realidad a la que como Diócesis podríamos sacarle mucho más partido: los campamentos de verano. Parroquias, Arciprestazgos, Unidades Pastorales, sacerdotes, colegios y asociaciones promueven cada verano campamentos para niños y adolescentes, sin embargo, no existe un horizonte común que permita aunar fuerzas y ofrecer una oferta para todos.

En la mayor parte de los casos podemos hablar del proyecto de "mi" parroquia, o "mi" arciprestazgo; incluso encontramos competiciones para que "mis" niños no se vayan al campamento que organiza la parroquia de dos calles más allá, o el otro arciprestazgo una quincena después. Los esfuerzos por propuestas de calidad son totalmente loables, pero quizás es el momento de pasar del mío al nuestro, de mi grupo parroquial o de los niños de mis pueblos a nuestros niños y jóvenes diocesanos.

No se trata de tirar por tierra lo que se hace, al contrario, se trata de aprovecharlo para un fin mayor, abrir la mirada y pensar en cómo ofrecer una oferta de verano plural que permita a nuestros niños y jóvenes conocerse, establecer vinculación más allá de su grupo de catequesis y poner los cimientos para grupos de niños y jóvenes que participen activamente en la programación diocesana.

Cuando llega el invierno todos somos conscientes de la dificultad para convocar encuentros de jóvenes, jornadas diocesanas o convivencias vocacionales; quizás porque olvidamos el componente humano. Si los niños de Benavente conociesen niños de Toro, los de Aliste a los de Sayago, y los de Zamora hubiesen compartido experiencia con los de la Guareña, quizás ellos mismos serían los interesados en participar en las propuestas.

Por todo ello, quizás podría pensarse en una propuesta de verano más ambiciosa, aprovechando las instalaciones diocesanas para proponer una verdadera oferta diocesana; como decía al principio puede que esta idea sea simplemente el sueño de una noche de verano, pero nunca está de más pasar del "para qué" (garantizar la vinculación de mi grupo de catequesis) al "por qué" (ofrecer una propuesta de fe y valores).