Quien conquista el relato tiene la victoria en su mano. Así ocurre en estos tiempos postmodernos en los que la posverdad se extiende como una mancha de aceite sobre la superficie social. ¡Uff! tanto "pos" como "pos-tureo" nos invade y cuánto palabro he tenido que incluir para apenas un par de líneas de texto veraniego.

La batalla por "el relato" centra la actualidad política e inunda el campo de los medios de comunicación, aunque entre políticos y medios de comunicación cada vez se distingue menos qué es antes, si el huevo o la gallina. Es una batalla que pivota en torno a palabras clave que han de ser seleccionadas con mimo e introducidas hábilmente en el imaginario colectivo.

No importan los hechos, los fundamentos de éstos o sus consecuencias y derivaciones, importa el relato. El qué y cómo se cuente algo que, con frecuencia, en nada se parece a la fría y cruda realidad. Por ejemplo, no importa que no se haya hecho ni el más mínimo intento sincero por negociar un acuerdo de gobierno ni hacia el centro ni hacia la izquierda radical, el relato es que unos y otros han adoptado una posición de bloqueo que hará responsables a todos -y a todos a la vez- de tener que volver a las urnas. A unos por no permitir un gobierno (del PSOE) que dicen sería progresista y abocar al riesgo de -otra posverdad que han conseguido introducir- las tres derechas. A otros por no permitir un gobierno (del PSOE) que dicen sería moderado y no dejar más salida que buscar los brazos de radicales e independentistas.

En la izquierda la piedra filosofal es "progresista". Sánchez lo repite una y mil veces para transmitir que el único gobierno que puede traer progreso es el que él tiene que presidir ante la silente admiración de los demás. Progresista es lo que desde el tufo totalitario repiten una y otra vez Iglesias y cada uno de los trozos de su puzzle que, sumergido en todos los privilegios del sistema, presume de ser antisistema.

Define la RAE posverdad como distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad, añade. Le falta añadir que los medios de comunicación en su configuración actual y sobre todo las redes sociales son terreno abonado, fácil y de alcance casi universal para que la posverdad, que no es sino una demagógica forma de decir la mentira, se expanda con la viscosidad del aceite.

Vivimos pues, en una era distinta, también aquí, en una ciudad donde los errores son siempre de otros y, -porque sí y porque yo lo valgo- solo unos son los buenos y todos los demás los malos. Una ciudad donde hasta el derribo de un edificio se hace "con mimo" obviando que eso, en sí mismo, es una contradicción en términos absolutos. Todo sea por el relato.

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