La historia de la humanidad es una sucesión de acciones protagonizadas por personas buenas y malas. Si uno lee un libro de Historia o se entretiene, como es mi caso, en emplear parte del tiempo de verano en devorar novelas históricas, se encontrará con infinidad de sucesos donde los buenos y los malos van tejiendo el curso de los acontecimientos. Por ejemplo, en "Yo, Julia", novela de Santiago Posteguillo que me tiene enganchado hasta la médula, se ven con claridad las luchas protagonizadas por emperadores, senadores, pretorianos, legionarios, etc., donde, al final, lo que se subyace son comportamientos de personas buenas o malas. Personas que buscan la gloria y el reconocimiento personal o, por el contrario, personas que miran por los intereses de la comunidad antes que por los beneficios particulares. Pero no es necesario ir tan lejos para comprobar que esos comportamientos se siguen reproduciendo en la actualidad, tanto en los niveles más altos de gobierno como en los ámbitos más prosaicos de nuestra vida cotidiana.

Pensemos, por ejemplo, en lo que vemos durante estas semanas en la mayoría de nuestros pueblos. Vayas por donde vayas, uno se encuentra no solo con las fiestas populares sino con las semanas culturales y un sinfín de actividades solidarias, buscando concienciar e involucrar a las personas en dar respuesta a muchos de los problemas sociales que reclaman nuestra atención.

Desde la despoblación hasta la falta de recursos sanitarios o educativos en el medio rural, pasando por las ayudas o la atención que necesitan colectivos específicos. Pues bien, para organizar todo este cúmulo de actividades, más o menos festivas, más o menos solidarias, se necesita el concurso y la colaboración activa de muchas personas, casi siempre anónimas, que ponen lo mejor de sí mismas para que, al menos durante unos días en estos meses de verano, su pueblo, que casi siempre se encuentra mortecino y sin apenas energías durante el resto del año, pueda seguir adelante. Esas personas son buenas y merecen nuestro aplauso y reconocimiento.

Frente a esta legión de personas buenas y solidarias encontramos también otros ejemplares (disculpen, pero me resisto a llamarlas personas) que lo único que buscan es mirar por su propio beneficio o incluso, llegado el caso, hacer daño a los demás. Individuos que no participan en la organización de las actividades festivas, culturales o solidarias de su pueblo y que, cuando tienen la ocasión, en vez de aplaudir y agradecer el trabajo de los demás lo único que hacen es criticar tal o cual actividad. Y también encontramos energúmenos que se refugian en el anonimato de la noche para atacar a los vecinos, destruyendo árboles, mangueras, depósitos, etc., en los huertos de particulares que se han significado por alguna acción. Sí, como lo oyen, en pueblos pequeños también suceden estas cosas. Son conductas impropias de personas supuestamente civilizadas. Estas son las personas malas que debemos identificar y, a ser posible, apartar siempre de nuestro lado. Son personas muy peligrosas. De ellas nunca se obtiene nada bueno.