Zamora se está convirtiendo en "La Aldea Gala" no únicamente en términos políticos, sino también en términos siderales. Repasemos el último caso de cosas sorprendentes. Tras 7 años de pertinaz sequía por fin, la Iglesia Católica consiguió ordenar un sacerdote en todo el territorio episcopal. Pues bien, no habiendo aún acabado de celebrar tal acontecimiento y resulta que el Obispado se encuentra con que se le "desordena" otro. Así que lo comido por lo servido, y balance cero.

Pero, lógicamente, no es de esto de lo que queremos hablar. Así que vamos a coger el rábano por las hojas y a hurgar en otro aspecto. Nada que objetar a que alguien se ordene sacerdote (y acepte que le ordenen entre otras cosas que sea célibe). Faltaría más. Y tampoco nada que reprochar a que alguien decida abandonar el celibato, y por ende prefiera dejar de estar "ordenado" por la Santa Madre Iglesia.

Lo que nos mueve (y conmueve) a escribir sobre el tema es que el ministro de la Iglesia que ha decidido "desordenarse" lo ha hecho por amor (a una mujer) y así lo ha pregonado a los cuatro vientos.Y es a raíz de ese hecho por lo que mucha gente ha lamentado la pérdida de este cura para la causa, dado que es una gran persona (cosa que ratifica su beatifica sonrisa). Ante esta contrariedad, los creyentes han dicho ¿Cómo arreglar esto? Y ellos mimos han respondido: Bastaría con que la Iglesia deje casarse a sus ministros.

Pero antes de seguir permítasenos cerrar un bucle que ha quedado abierto. Resulta que los fieles más infieles (no juzgues y no serás juzgado) han puesto verde al desordenado enamorado por dejarse desordenar por los placeres de la carne (vulgo amor).

Incluso apetitos "desordenados" llama a los de la carne la propia Iglesia. Pues bien, dígase a favor del enamorado que bendita sea su sinceridad y conducta, que preso de uno de los instintos básicos del animal humano, ha optado por no considerarse digno de predicar la palabra de Dios, y ha renunciado a seguir la conducta hipócrita de algunos colegas suyos a los que el celibato les entra por un oído y les sale por el otro, mientras que él ha sido noble y leal a su Dios: No mintiendo, ni escandalizando.

Y vamos de una vez con el asunto del celibato. Conviene antes recordar que un sacerdote no es otra cosa que lo que en los sindicatos, los partidos y las instituciones, se llaman "liberados". Es decir un cura no es más que un liberado, o sea una persona a quien le paga una organización para que trabaje a tiempo total para ella.

Y es en esa última acepción del liberado (quien trabaja a tiempo total para la organización) en la que debemos reparar para saber por qué la Iglesia Católica exige el celibato (aparte del contencioso diabólico que tiene con el sexo). En efecto, fijaros, si una persona es célibe, si no busca relaciones sexuales y menos por amor (y si no tiene cargas familiares) puede dedicar todo su tiempo a la organización.

Mientras que si no es así estamos ante el típico trabajador, que lógicamente solo trabaja por dinero, calibrando sueldo con horario para no ser explotado en demasía. Sabia es pues la Iglesia Católica que a lo largo de los siglos ha contratado a sus trabajadores con el mejor convenio colectivo posible: que nada les distraiga de su misión (para que crezca la organización).