Estamos inmersos en una nueva revolución, en un nuevo periodo histórico, en el que habitan a sus anchas la generación de los nativos digitales, con la característica común del impacto que las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) están provocando sobre la sociedad, hasta llegar al punto de su transformación pasando a llamarse sociedad de la información.

Esta sociedad tiene la característica común de haber cambiado la forma de vivir, de pensar y hasta la forma en la que nos relacionamos y comunicamos con nuestro alrededor. Pero todo avance siempre trae consigo el riesgo de exclusión: el riesgo de diferenciar aquellos que pueden formar parte de esta revolución de aquellos que no pueden y se quedan fuera de esta innovación. Tener limitado el acceso al mundo TIC significa estar en una situación de desigualdad de acceso a la información, a la formación y a los bienes culturales, sin obviar la desigualdad de oportunidades ante, por ejemplo, las demandas del nuevo mercado laboral o las dificultades para la correcta gestión de nuestras necesidades financieras, debido a que ya existe información a la que solo se puede acceder mediante Internet y que se difunde únicamente por medios digitales.

Las oportunidades que ofrece la digitalización no están distribuidas de igual forma entre la población urbana y la rural. Surge así, de una forma llamativa, una nueva forma de exclusión social debido a la divergencia que ya soporta nuestra sociedad dependiendo del lugar donde habite: la brecha digital.

Aunque el concepto de brecha digital es de acuñación reciente, existe desde los comienzos de las telecomunicaciones, pudiéndose definir como la divergencia existente entre las personas que utilizan las TIC como una nueva rutina en su quehacer diario, y aquellas que no saben utilizarlas o que no tienen acceso a ellas. Si el concepto de brecha digital lo trasladamos al entorno rural, observamos que forma parte de la despoblación que de forma reiterada se está produciendo debido a la falta de infraestructuras, expectativas y oportunidades provocando una falta de futuro para las generaciones actuales y venideras. Potenciar su desarrollo, por tanto, es fundamental para que las telecomunicaciones no sean un parapeto. Su expansión serviría no solo para mejorar el sector primario, sino también para mejorar los servicios de la población, siendo conscientes de la repercusión en todos los ámbitos de la economía a medio y largo plazo.

Los jóvenes emigran de forma constante de los pueblos dejando a las personas mayores como los únicos moradores del mundo rural. Estos usan poco o nada Internet porque no lo han necesitado o por falta de infraestructuras. Sin embargo, siguen teniendo la necesidad de comunicarse en directo, cosa que en su día se solucionó con la implantación y despliegue de la línea de cobre analógica por todo el territorio nacional. Posteriormente, se fueron implantando nuevas tecnologías como GSM, 2G, 3G, 4G que, mira por donde, alguna de esta tecnología no es compatible con una serie de servicios analógicos que siguen siendo necesarios en el ámbito rural, como es el caso de la teleasistencia.

El futuro se presenta halagüeño, pero no cercano. El pasado ha ido demostrando que la tecnología ha llegado tarde a los pueblos menos habitados, cuando en la ciudad iban uno o dos pasos por delante. Los próximos proyectos van en el sentido de realizar un despliegue progresivo de la fibra óptica, intentando llegar a todo el territorio sustituyendo a las viejas líneas de cobre.

Mientras que la fibra llega, las plegarias van lanzadas hacia el milagro del 5G que, como saben, supondrá un gran cambio para las personas y las empresas, esperando un aumento sin igual en las prestaciones de Internet en los pueblos con latencias imperceptibles y grandes velocidades. Para ello, habrá que esperar hasta el 2020 cundo se supone que comenzará el despliegue de forma masiva. Mientras la fibra y el 5G lleguen, los pueblos tendrán que conformarse con los servicios 3G y 4G que, en épocas de alta afluencia de visitantes, provocan las típicas sobrecargas de la red por altas cargas de trabajo en las antenas o el desbordamiento en los núcleos de las infraestructuras.

Reducir la brecha digital contribuirá a luchar contra la continua despoblación de la ya denominada España vaciada que, para reducirla, además de tecnología, se necesita voluntad y fondos, para que el mundo rural, en un país desarrollado como España, no tenga una brecha tan acuciada y no formemos parte del deshonroso liderazgo de esta nueva forma de exclusión social.

Una de las mayores paradojas nos la encontramos en que la población rural debería, por sus particularidades, estar más conectada a Internet que la población urbana, pero no es así. Y no es así, ni será, mientras que este tipo de problemas se intenten solucionar desde oficinas multicomunicadas y situadas en las grandes ciudades, donde sus moradores están deseando que llegue el fin de semana o las vacaciones para desconectarse.

En este caso he hablado de la brecha digital como una de las consecuencias de ese flujo migratorio del pueblo a la ciudad, pero de la misma forma lo podría haber hecho de la brecha laboral, de la brecha de las infraestructuras o de la brecha sanitaria. Dejo para el lector la enumeración de otras brechas que tanto daño están haciendo a nuestro país y que no han hecho otra cosa que generar la gran brecha entre la España vacía y la España sobrehabitada.

(*) Gestor de Activos y Trader Independiente