Buscan los sabios del autoconocimiento las fuentes sanadoras del espíritu humano con el mismo fervor con el que Livingstone recorrió África en busca de las del Nilo. Y cuanto más profundizan en su estudio por unos y otros derroteros de la mente, con más frecuencia se encuentran con cuevas que ya habían sido descubiertas y exploradas.

Una de las últimas corrientes y no parece que descabellada trabaja sobre la fuerza medicinal, recuperadora, regeneradora, salvadora, del silencio. Descubren hoy lo que los monjes de todas las culturas y tradiciones filosóficas hallaron y vienen practicando a lo largo de siglos y milenios. El silencio y la soledad.

Nunca antes como ahora hubo ruido permanente en nuestras vidas. Ruidos externos cercanos, del tráfico, de las multitudes, del hablar por hablar, de la tecnología que nos rodea por todos lados. Ruidos lejanos, que nos llegan a través del teléfono, de los medios de comunicación, Internet, las redes sociales. Ruidos que nos hacen estar en permanente conversación con el mundo que nos rodea y con el más distante.

La realidad es ruidosa y la ficción se abre hueco a base de ruido. No recibimos cartas reposadas por el silencio de los días o semanas que antes transcurrían entre quien la enviaba y su destinatario y que podían leerse sin más distracción que el sonido al rasgar el sobre o desdoblar la cuartilla. Ahora son correos electrónicos cuya inmediatez sugiere la palabra en presente de quien lo ha enviado, la respuesta inmediata de quien lo recibe y alrededor un montón de ruido electrónico, de ondas y vibraciones electromagnéticas, de teclas y "clicks" del ratón.

Así, sobre todo en el entorno más común a los tiempos modernos, el urbano, pueden pasar días, semanas o meses sin poder juntar unos cuantos segundos de silencio pleno y real. Siendo así el exterior, cómo conseguir detener el tiempo y esponjar el espacio para alcanzar el éxtasis del silencio interior. Conseguirlo es cada vez más buscado, reconocido y valioso pero más difícil. Basta entrar en un lugar silencioso para que apetezca hablar o poner música, o generar cualquier tipo de ruido. Basta que alguien vea a otro con vocación de silencio para que le pregunte si le ocurre algo. Es suficiente con alejarse unos días de las redes sociales, los grupos de WhatsApp o de la exposición pública para que otros empiecen a preguntarse si ocurre algo fuera de lo normal.

Cómo adentrarse de verdad en el silencio si ejercicios tan simples como los anteriores se convierten en tan complicados de realizar. Y sin embargo, nos dicen, se puede disfrutar del silencio tanto como de la pieza musical preferida, de un aria de María Callas, del golpeo del agua contra la piedra en verano o de una voz amada. Cuestión de actitud. Hubo unas semanas hace algún tiempo en que lo único que me confortaba mínimamente era entrar en casa, quitarme toda la ropa y pasar horas, haciendo lo que fuera, en el máximo silencio posible. Disfruten el silencio.

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