Los agricultores y ganaderos de Zamora, de Castilla y León en general, se enfrentan a la segunda sequía más importante del siglo en solo tres años. Cuando aún no han terminado de pagar la factura del desastroso 2017, paliado en parte por los mejores resultados del año pasado, este 2019 apunta ya pérdidas que en el conjunto de Castilla y León se acercarán a los 500 millones de euros. En la provincia de Zamora la reducción en cereales ronda entre el 20 y el 30%. Tierra de Campos y Pan son las comarcas más afectadas. Los ganaderos se encuentran en idéntica situación, con escasez de forraje y de agua para mantener a sus respectivas cabañas.

La falta de lluvias de un año meteorológicamente alterado, tendrá un impacto del todo negativo para una economía, la zamorana, que sigue depositando en el sector primario gran parte de su producción. En Zamora la superficie cultivable supera las 250.000 hectáreas y de ellas 167.000 se dedican al cereal, el más afectado por la ausencia de lluvias. Las reservas de los acuíferos también disminuyen. Los pantanos más importantes apenas superan el 60% de su capacidad, muy por debajo de lo que estaban hace tan solo un año, y el Duero a su paso por la capital registraba el pasado mes de junio un caudal tres veces menor del habitual para el sexto mes del año.

Las pérdidas económicas son ya irreversibles y por eso los sindicatos agrarios se han lanzado a la petición de medidas especiales para una situación desesperada, como una mayor flexibilización de los requisitos para percibir las ayudas directas de la PAC y el establecimiento de compensaciones parciales, además de lo que puedan cubrir los seguros agrarios. Pero esta larga sequía, interrumpida por lluvias intermitentes de gran intensidad, auténticos aguaceros que rematan la pésima situación del campo, además de causar daños en infraestructuras cuando no ponen en peligro vidas humanas, ya no puede considerarse un hecho aislado. Sequías y lluvias torrenciales son la consecuencia directa del cambio climático que ya está aquí, evidenciando el desastre anunciado frente a los negacionistas y pillando a las administraciones insuficientemente preparadas para lo que se viene encima.

El cambio climático es un fenómeno global. Si se derriten los polos y las temperaturas en el Norte de Europa se disparan muy por encima de todos los registros históricos, Zamora no permanecerá al margen de las consecuencias. Como no se encuentra tampoco al margen de las causas, a pesar de que la escasa industrialización pueda hacer pensar a algunos que estamos en zona libre de contaminación. Los estudios medioambientales contrastados y rigurosos sostienen que la actividad agroganadera constituye una de las fuentes de emisiones principales de CO2 y metano de los animales, fertilizantes, además de los terribles efectos de una deforestación histórica en beneficio de los extensos campos de cereal que cada día aparecen más agostados, más yermos.

Las medidas a tomar, por tanto, no pueden quedarse en ayudas puntuales, sino que debe plantearse un modelo de transición hacia técnicas más sostenibles porque la senda actual conduce a la autodestrucción. La propia Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) ya advertía en junio de este año de que la comunidad castellanoleonesa está destinada a mantener como habitual un clima como el que ahora aún nos asombra: largos periodos de sequía, jalonados con lluvias de corta duración y gran intensidad, concentradas, además, en áreas pequeñas. Los expertos avisan de la gravedad de lo que se avecina: justo lo contrario de la lluvia suave que se necesita tanto para la germinación y crecimiento de las cosechas y señala, además, a Zamora, a una de las provincias en los que los observatorios han detectado mayores anomalías junto a Ávila, Ponferrada y Soria.

Esos datos recogidos indican que en el conjunto de la comunidad la superficie semiárida ha aumentado en 30.000 kilómetros cuadrados en los últimos 50 años. El verano dura actualmente cinco semanas más que a principios de los 80 del pasado siglo. La conclusión es clara: la temperatura aumenta progresivamente y el incremento de la evaporación se traduce en un mayor estrés para la vegetación. Así, se pone en peligro todo el ecosistema: acuíferos, humedales y espacios naturales de los que hoy presume Zamora, cuya conservación, a buen seguro, está directamente relacionado con el incremento del turismo, de nuevo pulverizando récords. Una causa más, atendiendo al exiguo bolsillo de la provincia, para que nos tomemos en serio lo que está ocurriendo con el Medio Ambiente, si es que una razón tan básica como la propia vida no basta para convencer a alguien.

Los expertos advierten sobre la necesidad de tomar medidas, aunque, lamentablemente, eso choca con la estúpida actitud de dirigentes internacionales como los presidentes de Estados Unidos y China. Dos países que muy bien pueden condenar a la desertización a buena parte del planeta por su obcecación. Pero quizá eso mismo obliga al resto de administraciones, por pequeñas que sean sus dimensiones, a tomar cartas en el asunto para velar por el futuro. Debe avanzarse en la reforestación, en la prevención de incendios, para conservar y aumentar una masa vegetal que garantice la existencia de humedad ambiental. En el campo de la agricultura resulta imprescindible avanzar hacia productos y modalidades de cultivo que resulten sostenibles. Y, más aún, resulta vital el cuidado de unos acuíferos que en Zamora ya presentan síntomas preocupantes tanto por la escasez como por la contaminación de elementos como nitritos o arsénico. La actuación desde las propias explotaciones, apoyadas por ayuntamientos, Diputación, Junta y Ministerio, puede marcar la línea cada vez más delgada que nos separa del desastre. En rigor, al igual que existe, aunque boicoteado por los países más emisores, un pacto internacional contra el calentamiento global, el último el de París, prevé eliminar las emisiones en el año 2050, también debería existir un pacto nacional en materia medioambiental.

La necesidad podría incluso hacerse hueco en el Pacto por el Noroeste, puesto que el clima también está ligado por motivos económicos y de calidad de vida, a la despoblación contra la que luchan Castilla y León, Asturias y Galicia. Un acuerdo urgente, porque el cambio climático se hace realidad, con todas sus consecuencias, y ninguna de ellas buena.