"¡Miren y vean!", solían vocear aquellos vendedores ambulantes que iban por los pueblos, en mi infancia.

Aquí no necesito gritar para sugerirles que detengan la mirada en la foto que acompaña al artículo, tomada hace unos días en una aldea de Galicia donde nunca hubo tienda ni cantina, pero sí iglesia, y gente, niños y niñas por doquier, y ganado transitando por calles y caminos tal que el de la fotografía. Miren y vean esa hermosa crin de rosas silvestres que cae sobre la tapia hasta el suelo como una melena vegetal espontánea y fresca. Si ha salido en la foto es gracias a una desgracia, (valga la antítesis), o sea, la despoblación. En esta aldea como en muchas de Galicia, de Castilla, de Zamora, de España, la ausencia cobra carta de naturaleza en gente y en ganado, en infancia y mocedad. Ahora queda la belleza de la desolación. Eso sí, calles asfaltadas que antiguamente eran sendas de barro y calles iluminadas por la noche para los únicos que no precisan la luz: los murciélagos.

Esa frondosa mata del rosal silvestre no aparecería en la foto si la aldea tuviese aún, como habitantes hegemónicos, la gente y el ganado transitando las calles porque muchas flores habrían sido pasto de vacas, mulas u ovejas golosas, y las sobrevivientes habrían ido a parar al cabello de mozas enamoradas. Ni mozas, ni vacas, niños tampoco, solo gente mansa que respeta las flores en su bella soledad. Es el resultado de la despoblación que como lenta agonía empezó hace años. Ahora todo son lamentos en el aire y proyectos para la galería, pero "rien de rien", como cantaba la voz transida y desesperada de la grande Edith Piaf. Nada de nada. Me temo que estamos ante un fin de ciclo. Muchas aldeas o núcleos de población serán, no tardando, un resto arqueológico para los siglos venideros como lo son más de mil castros que yacen todavía ocultos bajo un manto de tierra y tojos en la Galicia que habito. El dinamismo de la cultura castreña sucumbió al avance de la romanización; lo más local y autóctono evolucionó a otro tipo de vida más abierto y dinámico, aunque sujeto a los intereses del Imperio de Roma que dominaba Europa, el norte de África y Oriente próximo. Pero quién quiere resignarse a terminar así: ¿Un topónimo tapado, una historia acabada? Nadie de palabra, pero con los hechos no mueven ni un dedo quienes podrían poner remedio o frenar la tendencia siquiera para los que aún viven en los pueblos.

Hace pocos días publicaba el diario LA OPINIÓN-EL CORREO la alarmante cifra de casi 50 pueblos de Zamora donde no ha habido ni un solo nacimiento en los últimos 4 años. ¿A qué están esperando sus señorías? Cómo es que andan recogiendo votos y solo dejan abrojos. Ya les vale. Esto va pareciéndose a la crónica de una muerte anunciada. Pero yo no quiero que los campos de mi infancia sean campos arqueológicos para mis descendientes. Ya hay muchos castros por excavar y muchas Numancias enterradas.

Quienes vayan a hacer campaña por la España vacía "miren y vean", no cierren los ojos y se vayan de rositas, que de flores ya estamos servidos.