"Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos" escribía Borges en "El informe de Brodie". Aún el mundo no ha alcanzado ese estado de plenitud humana. Me temo que mucho menos España, pero lo cierto es que vivimos unas semanas especialmente cercanas a ese ideal y qué quieren que les diga, como expresan ahora los más jóvenes con un atractivo giro lingüístico: "¡ni tan mal!".

Veo por todos los lados a periodistas, analistas y comentaristas lamentándose de que no se haya cerrado la investidura con la alizanza PSOE-Unidas Podemos. En redes sociales espontáneos opinadores, desde cualquiera de los puntos del espectro ideológico se quejan, llevan las manos a la cabeza y casi suplican un acuerdo de gobierno -el que sea, dicen-. Desfilan unos y otros como las plañideras que en la antigüedad clásica se contrataban para dar mayor esplendor a los funerales, en un tiempo en el que la importancia del óbito se medía en la cantidad, volumen e intensidad de los gritos, lágrimas y lamentos.

Es tanto su impacto, la tontuna imperante y la dictadura de lo políticamente correcto, que hasta líderes y diputados de los partidos opositores a la conformación de ese nuevo frente popular que se postulaba, critican, en lugar de agradecer, la incapacidad de llegar a acuerdos de la izquierda y la extrema izquierda. Acuerdos esperados como agua de mayo por los independentistas del PNV y ERC (qué placer escuchar los gimoteos de Rufián pidiendo el pacto por favor) o de los terroristas de EH Bildu.

Dicen, unos y otros con semblante grave y voz compungida como en una tragedia que no hay gobierno. Como si el que haya (nuevo) gobierno pueda ser un fin en sí mismo y en caso contrario el peligro de las siete plagas fuera a caer sobre nosotros de manera inmediata y aterradora. Lo entiendo en la extrema izquierda nacional o rupturista. También entre la rancia derecha independentista vasca y catalana. No en el resto.

La opción aritméticamente más sencilla y lógica para España tras los resultados electorales sería el pacto PSOE-Ciudadanos, que sumaría mayoría absoluta por sí sola y permitiría un acuerdo programático moderno, moderado, europeista y coherente con los tiempos que vivimos, pero resulta que por mera táctica de unos y otros ese camino ni siquiera se ha intentado. Descartada esa opción, solo quedan la táctica frentista de un gobierno "Frankenstein" en brillante término introducido por Rubalcaba o bien un gobierno de Sánchez con una raquítica minoría mayoritaria en el Congreso para ir jugando, como el trilero con la bolita, en cada ley y aprobación presupuestaria, engañando un poco a unos, un poco a otros.

La segunda opción es tramposa por inviable y frente a la primera, la vuelta a las urnas es mucho más tranquilizadora y menos dañina para el progreso económico y social y el mantenimiento de la convivencia en este siglo XXI en el que algunos se siguen resistiendo a entrar. ¿Que no hay pacto socialista-comunista-independentista? ¡Ni tan mal, oiga!

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