El único síntoma político de la llegada del verano es el regreso anticipado de Corinna, un nombre principesco que expulsa los apellidos. Con una investidura a medias y la sospecha de que la economía también nos está engañando, la artificiosa principessa garantiza el cóctel estival infalible de dinero, sexo y corrupción. Puedes leer las travesuras de la amiga íntima del penúltimo monarca junto a la piscina, un hábitat inapropiado para desgranar el brexit. Además, los mosqueteros de la fiscalía Anticorrupción que desean interrogar a la pseudoaristócrata no pueden lesionar al Rey, que tiene al Joker inviolable bajo su manga.

La reemergencia de Corinna por la vía de Anticorrupción en Arabia nos devuelve a las mil y una noches compartidas con Juan Carlos de Borbón, al elefante de Botsuana que divulgó su relación. Sobre todo, permite entender retrospectivamente la segunda abdicación forzosa del anterior Rey, fechada este mismo año. Y eso, entender, es lo máximo a que puede aspirar la plebe. Además de disfrutar de la fascinante silueta de la mujer que motivó una explícita referencia del entonces Jefe del Estado al conocerla, "ésta quiere cazarme". Cayó a sabiendas.

De La Zarzuela a La Meca, esta aventura regia avanza una teleserie con los paisajes más exóticos y contaminados desde Chernobil. En la contratación y ejecución del árAVE aparecen los sospechosos habituales, en sus papeles acostumbrados. Ningún analista en su sano juicio debate si se produjeron los sobornos transmitidos por la locuaz prusiana a Villarejo, el biógrafo de la España contemporánea, solo si existe la remota posibilidad de sustentarlos judicialmente. Un primer intento fue desarbolado por tratarse de "meras referencias", aunque efectuadas a una amiga entrañable que hoy avanza que "estaría encantada" de ponerse delante de las videocámaras. De eso no cabe duda, princesa.