La frase que encabeza este artículo se la escuché hace años a un amigo catalán. Me aseguró que se empleaba mucho en su tierra para mostrar el camino que debía emprenderse tras un acontecimiento desfavorable. O sea, tratar de sacar rendimiento a las malas situaciones aprovechando, precisamente, tal coyuntura. Que hay gente afectada por un problema, pues en vez de ponernos a llorar y llorar, pongámonos a vender pañuelos a los que ya están bañados en llanto. La frase y la actitud pueden ser discutibles, pero muestran una filosofía de vida y una forma de afrontar las dificultades muy alejadas del victimismo perpetuo y los lloriqueos seculares (en bastantes casos con razón) tan en boga por estas tierras desde las correrías de Almanzor.

Me he acordado de la frase al leer la noticia que publicaba en portada este periódico el pasado domingo 7 de julio. Titulaba: "Las nuevas infraestructuras terrestres, insuficientes para elevar el PIB provincial". Y en la página 2, a cuatro columnas, se leía:" Zamora es la quinta provincia que menos rendimiento saca a las inversiones públicas". Traducido: lloramos mucho y vendemos pocos pañuelos. La noticia y los datos que la acompañan están extraídos del informe "El stock del capital en España y en sus comunidades autónomas" elaborado por el BBVA y el Instituto Valenciano de Investigación Económica". El estudio revela la diferencia, con todos los matices y explicaciones que se quiera, entre las zonas que aprovechan el gasto público realizado en ellas para crear riqueza y las que no lo hacen. En el pelotón de cola, junto a Zamora, están, ¡oh, casualidad!, León, Huesca, Ávila y Teruel, todas ellas perfectos ejemplos de la España vacía, vaciada o como queramos llamarla. De cinco provincias, tres de Castilla y León y dos de Aragón. Cosas del azar.

En el otro extremo, el de las que sacan tajada de las inversiones públicas, se hallan. ¡también oh casualidad!, Álava, Gerona, Lérida, Tarragona, Cáceres y Guadalajara. Comprueben: tres catalanas, una vasca, una limítrofe y pegada a Madrid y una extremeña como la excepción que confirma la regla. Cada cual puede sacar sus propias conclusiones y poner los añadidos y salvedades que quiera, pero los números dicen lo que dicen y nos dicen, asimismo, que tenemos que reflexionar bastante... si es que aun nos queda tiempo para corregir errores y salir de la modorra vital en la que llevamos siglos metidos. O sea, a vender pañuelos.

Como uno tiene ya sus añitos y ha visto de casi todo, no es difícil volver la vista atrás y recordar lo que se decía aquí cuando carecíamos, al igual que casi todo el país, de buenas infraestructuras. El día que nos hagan autopistas, esto va a cambiar, la modernidad, el progreso, etc. Y se hizo la Valladolid-Salamanca, que pasa por dos pueblos zamoranos, y ya ven, nuestras autoridades ni saben que existen Castrillo y Cañizal y Vallesa y Fuentelapeña y Villaescusa y, en fin, el sur, que nunca figura ni en planes turísticos ni en polígonos industriales ni en nada que se decida en la capital. Y vinieron las autovías Madrid-Galicia, que cruzan Zamora porque no tienen otro remedio. ¡Ah!, aquello iba a ser la gran solución: Benavente, centro neurálgico, Villalpando con grandes posibilidades, Puebla de Sanabria como alternativa a no sé cuantas cosas, enlaces con La Coruña y Vigo, millones de madrileños pasando por aquí, alguno parará...

Y más tarde, la Benavente-León y la Zamora-Salamanca y la Zamora-Toro- Valladolid (bueno, el tramo Tordesillas-Valladolid ya llevaba años hecho), pero seguíamos sin desarrollarnos. Había que buscar culpables. Ya está: nos faltaba la Zamora-Benavente. Y ahí tuvimos la procesión de alcaldes del PP haciendo el Via Crucis para protestar contra Zapatero. Se inauguró la cita vía, pero la provincia no arrancaba. ¡Ah, ya!, no tenemos la autovía Zamora-Alcañices-frontera portuguesa. Pues, a seguir llorando. ¿Y el tren? Ha mejorado, y mucho, el enlace con Madrid. El día que conectemos por AVE o TAV o Alvia con Orense, capitanes generales con mando en plaza. ¿Y? Pues, que continuamos perdiendo población a chorros y no parece que la cosa tenga solución a corto plazo. Así que tal vez la culpa no sea toda de los otros, de los de las inversiones, se llamen Junta o Gobierno central. Quizás nos corresponda algo a nosotros mismos.

Y ahí es donde entra el juego el informe del BBVA y del Instituto Valenciano con una conclusión descorazonadora: no sacamos rendimiento a las inversiones públicas. Han llegado autovías varias, trenes más rápidos, polígonos industriales, pero... no hemos aprendido a vender pañuelos. O no sabemos hacerlo. O no nos da por ahí porque es más cómodo, y más políticamente rentable, llorar y desviar las responsabilidades hacia

otros (sobre todo si no gobiernan los nuestros) que hacer autocrítica, remangarse y ponerse a currar. ¿Hasta cuándo?