Los españoles están inquietos. El domingo pasado Tsipras perdió las elecciones griegas y el lunes Mitsotakis, líder de la derecha, ya era primer ministro. La clave está en la ley electoral que allí da una prima de 50 diputados al primer partido. Es excesivo porque de esta forma el parlamento pierde representatividad.

Pero aquí hubo elecciones el 28 de abril y se habla de repetirlas el 10 de noviembre. Algo habrá que hacer porque con el bipartidismo y la bisagra nacionalista (un sistema hoy muy criticado) se formaban gobiernos sin problemas. Ahora con cuatro partidos "nacionales" (perdón, ya cinco) y el nacionalismo convertido en separatismo (salvo el adulto PNV), parece que los políticos se han convertido en impotentes para pactar con coherencia. Y no sólo con los del frente contrario sino con los más próximos.

Lo estamos viendo en Madrid con la derecha porque los "pactos clandestinos" de Cs con Vox tienen un límite y -más grave- en las dificultades para la investidura del presidente del Gobierno. Por eso se propone algo similar al sistema vasco. En la segunda vuelta se prohibirían los noes y así se impediría el bloqueo estéril. Sólo cabría la abstención o el sí a un candidato y saldría elegido el más votado. Sería llevar a la investidura el espíritu de la moción de censura constructiva. Así Sánchez saldría elegido con sus 123 diputados. Punto. Pero también podría salir Casado si tuviera los votos de Cs y de Navarra Suma (sin recurrir a Vox). Quizás eso obligaría a que Iglesias se pusiera menos exquisito y se sumara al PSOE con menos reparos. Pero en todo caso es algo para el futuro que no resuelve el presente.

¿Qué pasa ahora? Que Iglesias -que ya impidió la investidura de Sánchez en el 2016 con barrocas condiciones- exige un gobierno de coalición. Y Sánchez con motivos serios -temor a que hubiera dos gobiernos paralelos y las serias diferencias sobre Cataluña y el euro- cree que un gobierno con Podemos acabaría en fracaso. Por eso en algunos países, como Portugal o Dinamarca, hay gobiernos socialistas minoritarios apoyados desde fuera por partidos más extremos que olvidan parte de su programa a cambio de algo. Y renuncian también a ir imponiéndose -o a hacer labor de zapa contra el socio principal- en el duro día a día de una competitiva coalición.

Todavía estamos dentro del plazo y quizás se logre el pacto de izquierdas. Pero si Sánchez comprueba que Podemos no baja del burro debe abrir la puerta a otros escenarios. 66 diputados y exdiputados del PSOE han pedido al PP que se abstenga -como ellos hicieron en el 2016- para que España tenga gobierno. Sería razonable, pero entonces Rajoy había ofrecido la gran coalición a la alemana y hubo contrapartidas (como el aumento del salario mínimo). Las cosas no son lo mismo porque Rajoy había caído de la mayoría absoluta a 137 escaños y en cambio Sánchez ha subido de 84 a 123. Pero en política el gratis total no existe.

¡Y qué decir de Rivera y sus 57 diputados! En cualquier país europeo un pacto socialista-liberal sería, como mínimo, algo a estudiar. Aquí la extraña deriva de Rivera -que es visto como un niño mal criado incluso por personas tan próximas como Francesc de Carreras, Luis Garicano y Toni Roldán- lo hace imposible. No es normal la negativa a reunirse con el presidente y menos calificar de no constitucionalista al PSOE, partido clave en el consenso del 78. Pero Cs no está obligado a abstenerse. Sánchez sabe que gratis no hay nada, pero no quiere enfrentarse a los suyos, los de "con Rivera no", buscando un pacto con un partido que se ha ido al monte y que hace bandera de cosas tan contrarias al diálogo como un 155 indefinido y duro para Cataluña que Rajoy -por prudencia- no quiso aplicar. Y que el Tribunal Constitucional acaba de dictaminar que no es aceptable.

Según la encuesta de "El Periódico" del sábado, el 70,5% de los catalanes cree que la democracia española sale perjudicada del tenaz enfrentamiento entre los bloques de derecha e izquierda. Quizás sería el momento de que quien quiere ser investido corrigiera algo su excesiva caricaturización de la derecha. Pero Sánchez no dará ese paso si cree -seguramente con razón- que en la piscina de las dos derechas no hay agua para el pacto. ¿Se han vuelto los políticos españoles impotentes para pactar? ¿La investidura -si al final llega y evitamos otras elecciones que podrían dar un resultado no muy diferente- será más fruto de que alguien en setiembre coja miedo repentino a la repetición electoral que de un pacto negociado y razonable?