Tres días fuera de casa dan mucho de sí. Coger la maleta y dirigirse a un lugar de destino, indistintamente de cuál pueda ser o de las razones que se escondan tras la escapada, siempre son una nueva oportunidad para el aprendizaje personal y profesional. En mi caso, viajar suele ser algo muy parecido a coger un libro entre las manos; esto es, la posibilidad de descubrir y saborear nuevas historias. Cuando uno viaja siempre hay algo nuevo que aprender y con lo que sorprenderte; siempre hay nuevas aventuras esperándote a la vuelta de la esquina; siempre hay nuevos retos o dificultades que sortear; siempre existe la posibilidad de enfrentarte a tus miedos y temores; siempre, en fin, los viajes nos permiten salir de nuestra zona de confort y descubrir quiénes somos, porque casi siempre nos topamos con realidades que solamente hemos visto en los telediarios o en los documentales de la 2. Y eso, claro, te obliga a hacerte preguntas y a encontrar respuestas que, en ocasiones, tambalean nuestra manera de ser y de pensar.

Imagínense, por ejemplo, que están en una terraza, tomando tranquilamente una cerveza o saboreando un arroz a la marinera que está diciendo cómeme. Y mientras uno se encuentra en ese momento crucial de la vida, un negro se acerca a la mesa tratando de que compres algún abalorio. Todo normal, claro, porque lo que acabo de escribir a usted le suena y seguro que lo ha vivido en primera persona. El negro insiste en que compres algo y las personas como usted o yo solemos mirar para otro lado o simplemente responder que no queremos nada. A veces, ante la insistencia de los vendedores ambulantes, es posible que algo se compre, aunque lo habitual es que cada cual siga su camino. Sin embargo, en ocasiones, uno puede sorprenderse con algún ciudadano que no se limita a responder negativamente a las demandas de compra del negro de turno sino que le ofrece sentarse a la mesa para entablar una pequeña conversación: cómo te llamas, de dónde eres, cuánto tiempo llevas aquí, si tienes familia o no, qué piensas de nosotros, etc.

Preguntas inocentes y supuestamente sin importancia pero, que sin embargo, pueden cambiar la vida de una persona. Yo lo vi con mis propios ojos y los escuché con mis oídos el pasado viernes en la zona donde me encontraba. La escena me llamó tanto la atención que la persona que me acompañaba en esos momentos tuvo que escuchar de mis labios que ya tenía la materia para mi columna dominical, es decir, la que usted está leyendo ahora mismo. Se preguntarán que cómo acabó la historia o, más bien, la conversación. Pues imagínense: el negro muy emocionado, dando las gracias al ciudadano porque nunca se había encontrado con una persona que le hubiera formulado ese tipo de preguntas o que hubiera mostrado el mínimo interés por saber algo más de él, de su país o de su familia. Terminó la comida y me levanté de la mesa. A partir de ahora, pensé, cada vez que me encuentre una escena similar, el que preguntará seré yo. Preguntas sencillas que esconden un enorme caudal de humanidad y que dicen mucho de quien las practica.