Lo que en tiempos de la "Guerra fría" se le afeaba a la extrema derecha y a la extrema izquierda era su radicalidad antipluralista. Es una noción incardinada en el sentimiento populista de considerar a los ciudadanos de la nación como la esencia de la bondad con tan mala suerte que siempre están gobernados por una elite que no entiende los problemas de los ciudadanos. El populismo contemporáneo nos choca porque la socialdemocracia había atenuado esos viejos antagonismos. En España el PSOE después de 1982 se convirtió en una licuadora del centro que acabó con las movilizaciones de la heterogeneidad social y, con ello, dejó sin discurso a los extremistas enredados en debates sin fin que no conducían a decisión alguna. La tarea de decidir sobre lo que era bueno o malo para el pueblo se le había encomendado al socialismo español y al Gobierno el encargo de evitar la desunión civil. El progreso del feminismo no habría sido posible en una sociedad dividida por los radicalismos ideológicos. De haber ocurrido esta circunstancia los votantes la habrían frenado en las urnas eligiendo a unos representantes incapaces de ceder en sus posiciones. Que, sobre poco más o menos es lo que está sucediendo ahora.

A las posiciones radicales no se las puede expulsar de las democracias pero mientras existan signos de un vaciamiento del centro la fragmentación y la polarización seguirán en aumento. El centro democrático es una necesidad de las democracias pero es un tipo de centro con unas características especiales, acepta el cambio social pero no la existencia de un orden moral o religioso transcendental. Estos dos aspectos es lo que separa a la socialdemocracia del centro conservador que éste no acepta los nuevos desafíos del futuro que exigen una acción política inmediata.

El socialismo solo pretende sacralizar la idea de la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley. En el campo de la economía el socialismo actual ha aceptado dos retos que se deben alcanzar al mismo tiempo: eliminar las emisiones del efecto invernadero y reorganizar las políticas económicas para crear mayor prosperidad mejorando la distribución de los recursos económicos. Sobre la marcha habrá que resolver los nuevos desafíos que la implementación de la robótica y la aplicación masiva de la inteligencia artificial van a incidir sobre el empleo.

Ha sido suficiente la aparición de una recesión económica brutal para que aparezca el debate sobre los excesos de la globalización y para que los populismos hayan marcado la agenda política de estos años postcrisis, pero todavía no se han pronunciado, por ejemplo, sobre la disminución de empleos por la centralización financiera que va acompañada de la depreciación del valor del trabajo. El hecho de que desde tu casa puedas realizar todo tipo de operaciones bancarias no es tan inocente como se podía suponer, en la práctica te conviertes en un empleado sin sueldo de la entidad bancaria.

Al socialismo español le resultará difícil aceptar la depreciación del valor del trabajo porque su ideal de servicio a la comunidad se fundamenta en que solamente a través del trabajo el hombre forma parte de la sociedad y de su proyecto futuro.

Quizá pronto haya que buscar una fórmula que revierta sobre la comunidad el beneficio del trabajo sin retribuir que tú estás prestando a una empresa que no te tiene en su nómina.