El motivo de esta carta es, en primer lugar, mostrar mi agradecimiento por el trato otorgado a mi padre, a mi familia y a mí durante el tiempo que él permaneció ingresado en el Hospital Provincial de Zamora, en la planta de Cuidados Paliativos. Creo firmemente que son grandes profesionales y que aman su trabajo. Siempre nos trataron con mucho cariño, con comprensión, dispuestas a ayudar en cualquier momento o circunstancia, y sin descuidar por un momento su buen hacer y su profesionalidad. Gracias por formar parte de la Sanidad Pública y por defenderla día a día con vuestro trabajo.

Y es que en general, mi padre y mi madre (fiel cuidadora y acompañante) estuvieron siempre bien rodeados:

El Doctor Piñero, que lo operó, y el personal de la planta de Urología, donde estuvo ingresado en 2018.

Las enfermeras de quimioterapia (lamento no conocer sus nombres), siempre cariñosas con los dos y dispuestas a ayudar en todo lo posible.

La Doctora Ceballos, también cercana, cariñosa y dispuesta a resolver cuantas dudas tuvieran.

Su médica de cabecera, La Doctora Rodríguez Benito, y su enfermera, Isabel. En especial a esta última, por su dedicación y VOCACIÓN, con mayúsculas. Se ha interesado más por mi padre sin conocerlo, que muchas personas que lo conocían.

Como ya he dicho, en general, quedo agradecida a todos y todas los/las profesionales. Pero tristemente no puedo agradecerle a su oncóloga el trato frío, serio y distante que siempre tuvo con los dos y el último día también con mi hermana y conmigo. Supongo que será una buena oncóloga en cuanto a conocimientos (repito, supongo), pero la falta de empatía con un enfermo que se está jugando la vida me parece imperdonable en una especialidad como es la oncológica. Respuestas secas y cortantes a preguntas simples, que hacían que ya ni preguntaran. La forma fría de comunicar que un marido y padre pasa a cuidados paliativos, y marcharse sin más porque la reclaman en otro sitio. Hubieran sido 30 segundos de buenas palabras, no creo que cueste tanto.

Puedo entender que sea un trabajo en el que hay que ponerse una coraza, por la dureza de las situaciones de cada paciente. Pero el simple gesto de una mano en el hombro o de pronunciar la palabra "ánimo" y responder a todas las preguntas con humildad y con la importancia que el paciente pueda darle (aunque para ella sean preguntas obvias o sin sentido), no creo que sean incompatibles con esa coraza. Imaginen a una persona obligada, para sobrevivir, a bajar por una montaña llena de precipicios en la que hay una gran probabilidad de terminar sin vida. Podemos dejar que vaya encontrándose los sitios a los que agarrarse por el camino, o podemos explicarle qué opciones tiene, dónde encontrará cada avituallamiento y distribuir en el recorrido puestos de acompañamiento, de ánimo, de fuerza, de responder dudas. Si llegará con vida abajo o no, es algo que no se sabe, pero podemos hacer que el camino sea menos infernal.

Esta doctora (no hace falta decir su nombre porque seguro que todos/as sabrán a quién me refiero), si en algún momento lee esta carta, podrá tomárselo de dos formas diferentes:

Como un ataque de alguien que osa decirle cómo tiene que hacer su trabajo, rechazando hacer autocríticaComo una crítica (que lo es) que espero que pueda ayudar a futuros pacientes y a ella también, porque no creo en malas personas. Todos actuamos conforme a nuestras experiencias vividas y por razones que sólo nosotros conocemos.

Sin más, reitero mi agradecimiento a todos/as los/as profesionales de buen corazón de la Sanidad Pública de Zamora.