Venía publicado hace unos días en un periódico que, desde el año 1985, éste era el año en el que los españoles tenían peor concepto de su clase política. La peor opinión desde hace 34 años, prácticamente todo el periodo que llevamos de democracia. Y esas cosas no suceden por que sí, ni porque un día la gente se levante de mala leche, o porque añore la dictadura, sino porque está decepcionada de la actuación de los partidos políticos, de sus mangoneos, de la corrupción, y últimamente del infame mercadeo que han montado para formar el gobierno de la nación y los de las autonomías, diputaciones y ayuntamientos.

Y es que no se ven hombres ni mujeres de Estado por ninguna parte, porque los partidos hacen caso omiso de lo que demanda los ciudadanos, ya que solo entienden de sillones y de puestos de mando que supongan dinero: cuanto más mejor, porque cuanto mayor sea el presupuesto administrado, mayor probabilidad habrá de hacer amigos. Los partidos aún no han entendido que los ciudadanos están cansados de ir a votar, como corderitos, cuando a ellos les venga bien, porque lo que han tenido que decir ya lo ha dicho en las urnas, y ahora es responsabilidad de ellos, de los partidos, ponerse de acuerdo, y respetar el sentir de los ciudadanos, porque otra cosa sería caer en algo parecido a aquello que antes se conocía como "pucherazo".

Claro que para que se pusiesen de acuerdo tendrían que gozar de amplitud de miras, y tener claro el concepto de lo que se entiende por bien común. Pero como no están adornados de ninguna de esas características, no se les pasa por la imaginación hacer acuerdos en función de decisiones programáticas, ni de admitir que, además de las propias aportaciones, hay que admitir parte de las que hayan propuesto los demás. Pero es que no quieren ponerse las gafas de ver, porque, de hacerlo, verificarían que, entre la gente, existen muchas más cosas comunes, que las que los partidos quieren reconocer.

Desde la época del comunista Anguita, no ha vuelto a escucharse aquel paradigma de "programa, programa, programa", que, sin desmayo, repetía el cordobés en cuanto le daban ocasión. Un paradigma que debió servir para todos los partidos, pero que resultó olvidado, porque no debió interesar a casi nadie, tan solo a algunos utópicos y a determinada gente honrada que, en la medida que fue pasando el tiempo, fue callada por la pesada maquinaria de la propaganda. De manera que así ha ido pasando el tiempo, y los dos partidos clásicos, PP y PSOE, se han estado repartiendo alternativamente el poder, contando con el apoyo de los independentistas, quienes, a la chita callando, y aprovechando la inoperancia y falta de actitud de los distintos gobiernos, han ido arrimando el ascua a su sardina, e incluso a las sardinas de los demás.

Por si fuera poco, los partidos vienen pagando más la fidelidad que la eficacia, de manera que no importa tanto hacer una buena gestión como demostrar estar a bien con los cuecen el bacalao. Aquí mismo, en Zamora, también hay evidentes pruebas de ello. Una de ellas es la que aparecía el otro día en un periódico, en el que se decía que el PSOE local proponía, como premio, para el cargo de senador, por designación autonómica, a quien había sido derrotado, por goleada, en las elecciones para alcalde. Claro que no es éste el primer caso que ocurre, pues ya ha pasado más veces, en los dos tradicionales partidos. Pues eso, que a quienes los ciudadanos les han dicho que no confían en ellos para alcalde o alcaldesa, se les nombra senadores, sin haber pasado por las urnas, para que cobren un sueldo de 6.700 euros al mes, sin contar complementos, por un trabajo que nadie sabe en qué consiste, y que deben realizar en una institución devaluada.

Otro tanto de lo mismo ocurre con los representantes europeos. Léanse los listados de los distintos partidos y obsérvese como allí aparecen nombres ilustres que los partidos no han sabido qué hacer con ellos, y otros a los que quieren agradecer los servicios prestados al partido. Los han colocado en una institución de la que que casi nadie sabe nada, entre otras cosas, porque nadie se ha molestado en explicarlo, donde los eurodiputados, además de gozar de unas espléndidas remuneraciones (8.720 euros de sueldo, más 4.400 de gastos sin justificar, más 304 de alojamiento y otros 21.000 euros para contratar a dedo a asesores, les vienen cayendo cada mes) cobran dietas, viajan los fines de semana en business para irse a casa, disponen de coches de alta gama sin costo alguno, y comen menús de diseño gratis o a precio de comedor de jubilados.

¿Cómo va la gente a creer en ellos con los pasteleos que hacen en cuanto tienen ocasión?