Mi tatarabuelo Sebastián Sánchez no tenía todavía los 18 años cuando le enviaron, junto a miles de parias más sin dinero, a defender el honor de la patria en Cuba. Digo sin dinero porque cabe recordar que los ricos de entonces podían librarse de un servicio militar que duraba 12 años (seis activos y seis en la reserva ) y de fallecer incómodamente en cualquier guerra lejos del hogar mediante el abono de la estratosférica cantidad de 5.000 pesetas.

Ni mi tatarabuelo, ni su padre, ni el padre de su padre las tenían más allá de en sueños así que recién salido al mundo desde un pequeño pueblo extremeño, el joven Sebastián se embarcó en marzo de 1895 junto a varios cientos de jóvenes más en el barco de vapor "Alfonso XII" en Cádiz para atracar en una isla de la que no saldría -combates, enfermedades y penurias mediante- hasta diciembre de 1898, con la guerra ya perdida y ataviado con una mochila vacía de comida pero atiborrada del abandono de sus gobernantes, que no alimenta, pero se siente y pesa. Regresó a su país y emprendió una nueva vida como carabinero hasta que murió, con 38 años, de una bronquitis dejando un hijo (mi bisabuelo, José Sánchez) y una hija. Poco podía imaginar Sebastián que este hijo que dejaba huérfano repetiría en parte su historia y volvería a combatir en otra guerra de otros tres años, una guerra ya no en ultramar sino en la totalidad de la piel de toro. También carabinero, mi bisabuelo volvió a engordar el listado de los perdedores, como su padre, y fue depurado y expulsado del cuerpo. Justo en medio, la guerra de Marruecos, en la que tomó parte mi otro bisabuelo Faustino Olmos, desparecido luego en 1936 mientras defendía Talavera de la Reina de los nacionales. Tanto el hijo de José como el de Faustino, mis abuelos Pepe y Faustino, fueron guardias civiles en otro tipo de guerra: la dictadura de Franco.

A veces les confieso que no sé qué hacer con todo esto, en caso de que deba hacer algo, que tampoco lo tengo claro. No sé como gestionar tanta memoria de la guerra, tanto uniforme y tanto dolor porque donde hay "guerreros" también hay viudas, huérfanos, traumas y hambre que se recuerdan generación tras generación. A veces pienso que solo lo cuento por la necesidad de que se sepa algo, como quien abre una ventana y grita. Algo que pueden ser sus vidas, sus historias, sus errores o aciertos. Algo que puede ser simplemente abanderar un hecho tan sencillo y clave como reivindicar que existieron.