Desde el comienzo de la crisis económica, allá por 2008, el mercado nacional se encontraba parado y las empresas debían renovarse, buscar nuevos horizontes para que su economía no se resintiera. Ese nicho lo encontraron en la exportación y, desde entonces, no ha habido un año en el que el porcentaje no haya ido en ascenso, y ahora supone un valor importante en su economía tanto interna como a nivel estatal.

España tiene mucho que ofrecer en lo que se refiere a productos agroalimentarios. Posee una gran diversidad de alimentos, de calidad, seguros para el consumidor y respaldados por la trayectoria de la industria agroalimentaria. Pero exportar no es tan fácil como se piensa, a pesar de los datos en ascenso que hay año tras año. Detrás está el trabajo del Gobierno español, abriendo los diferentes mercados, y el trabajo de las industrias.

En las últimas semanas se publicaba en LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA como noticia destacada la autorización de la primera empresa española (y zamorana) del sector del ovino en el mercado americano. Esto nos puede dar idea de lo complicado que es entrar en un nuevo país. Y es que cuando una empresa se plantea que es el momento de abrir su mercado al exterior, quizás no sepa el arduo camino que le espera por delante. Y no hablamos de exportar a los países europeos, a los que casi se les vende como a los de casa. Se trata de vender nuestro producto en un mercado internacional desconocido y complicado.

Porque complejo es entrar en un ámbito nuevo, presentar nuestro producto y venderlo. Y hasta llegar a ese momento, la etapa previa es larga y tediosa, y requiere de una enorme paciencia. Pero... ¿por dónde empezamos? Quizá lo más práctico sea estudiar los distintos mercados donde podemos introducir nuestro producto, teniendo en cuenta que, si es desconocido en el país, más difícil será presentarlo, aunque también tendrá la ventaja de su exotismo.

Ahora es muy común comer "sushi" en España, pero ¿alguien podría imaginar hace unas décadas que íbamos a comer pescado crudo? Quizá esta pregunta nos la podremos plantear cuando desde los países asiáticos sean capaces de introducir en nuestra dieta el consumo de insectos.

Una vez que la empresa sepa los países por lo que quiere apostar comienza quizá una de las tareas más largas. Invertir en personal, en instalaciones, implantar el sistema de exportación vigente en España, que tan solo tiene tres años de vida y que está en constante cambio y posteriormente auditar dicho sistema.

Pedir autorizaciones a los distintos países, con requisitos generalmente diferentes en función del país: todo ello tiene como consecuencia un camino burocrático largo. Preparar la documentación que firme España y el tercer país, algo que puede suponer varios meses, incluso años.

Tiempo justificado, porque exportar también es un reflejo de nuestro país en el exterior, y si se producen problemas en los países de entrada, ello supondrá un deterioro de la imagen y una disminución de las ventas. Por lo que, si una empresa cumple con todos los requisitos pero no puede exportar porque otras lo hayan hecho mal, implica que las empresas puedan perder todo el dinero y tiempo invertido.

Mantener un nivel exigente y una imagen en el exterior es fundamental para abrir nuevos mercados, para ampliar los que ya tenemos, como es el caso de la mayor abertura del mercado chino que hace unos meses pudimos seguir en las noticias. Y cuando por fin tenemos toda la maquinaria lista, es el momento de vender, buscar clientes, ganar su confianza, enviar muestras, hacer que el contacto sea fluido, y sí, aunque esto se resume en un par de líneas, el trabajo que ello supone es largo.

La recompensa llega con los pedidos en firme, pero el trabajo nunca termina, siempre hay que estar informado para futuras modificaciones de la legislación española y del tercer país, así como mantener un contacto continuo con el cliente para mantener una relación de confianza estable. En definitiva, exportar es un trabajo complicado pero gratificante cuando tu producto da la vuelta, o casi, al mundo.

(*) Ingeniero Agrónomo