Querido José Antonio:

Corría el año 79 y detrás quedaban los difíciles años de la transición. España había sabido dar los pasos fundamentales para conseguirla y se estrenaban la primeras elecciones municipales. Habían pasado 40 años, los mismos que desde entonces han pasado hasta tu inesperado fallecimiento, que nos llenó de tristeza. Después, en el año 79, vinieron las primeras elecciones municipales. Alberto Fernández, gran persona y conocido industrial de la construcción (por desgracia, fallecido joven), tú mismo que empezabas en Zamora a ejercer tu profesión de boticario, como a mí me gustaba decir, y yo, que había vuelto a Zamora por necesidades de la industria harinera familiar, nos encontramos en este nuevo reto de nuestra trayectoria vital, para el que tanto nosotros, como la mayoría de la Corporación que se formó, los temores iniciales se convirtieron en hechos, casi siempre muy gratificantes.

Casi todos fuimos aprendices y me atrevo a decir modestamente que salvamos el reto con dignidad. Creo que ello se consiguió porque la mayor parte de los componentes de ambos grupos -en el PSOE no tanto- actuábamos sin directrices políticas y bajo criterios personales, tratando de ser prácticos y pensando más en los asuntos domésticos y por tanto en la "economía del ama de casa", el gran sostén de la sociedad. Así nos conocimos, ¿te acuerdas José Antonio? Convivimos intensamente muy buenos ratos de amistad con otros compañeros tuyos de la Dipu, en tertulias bodegueras, con vino, chorizo y pan. Todo de la tierra. ¡Con qué alegría reíamos nuestras bromas! ¡Viva la juventud!

Pasada esta etapa seguimos los tres en la política. Alberto dos o tres mandatos más. Yo otro mandato en las Cortes de Castilla y León. Y tú seguiste por la Diputación y al final el partido premió tu trabajo y tu lealtad presentándote al Senado, y con buena mano, porque fuiste el más votado de los senadores. ¡Chapeau! Pero al estar cada uno en un sitio nuestros contactos fueron decayendo, más no la amistad que tenía profundas raíces y que permanece.

Ahora hablemos algo de tu persona y de tu vida, cargada de los principios de la tierra que te vio nacer y en la que has querido descansar. Tierras de labor y de caza, sustento y divertimento, que mucho recorriste a pie y a caballo. Y hasta en burro. Orgulloso me comentaste, más de una vez, de tus andanzas sobre este noble animal a repartir medicamentos, en tus inicios como boticario, a los pacientes de los pueblos aledaños.

Fuiste hombre de fuertes y sólidas convicciones, las propias de tu tierra, Campos, de pan llevar, anchos como Castilla, pero dura, y que nada regala al que no la trabaja.

Lo sabías muy bien cuando fuiste a Barcelona a hacer tu carrera de Farmacia, en la que siempre trabajaste, y después de tu jubilación, como modesto ayudante echando una mano a tu hijo Jorge, el benjamín de la familia, en la farmacia que tú creaste.

También supiste orientar la vida profesional de José Antonio, tu primogénito, acreditado óptico de Zamora y tu hija Covadonga, con su propia farmacia en la provincia. Sin duda, algo especial les diste en tus genes, porque aquí desarrollan todos su vida familiar y profesional. ¿Cuál fue tu receta? Para mí, sin duda tus buenos principios morales y personales, y además tu energía, capacidad de sacrificio, amor al trabajo y conocimiento profesional. Pero sobre todo tu iniciativa y emprendimiento activo. "¡Venga vamos, sobre la marcha!" Solías decir cuando había que hacer algo y fui testigo de ello, en bastantes ocasiones.

La mejor receta contra la despoblación en nuestra tierra, la tuya. Aquí se dan muchas, pero hechos como los tuyos muy pocos y hombres como tú, los habrá sin duda, pero no sé si el viejo Diógenes sería capaz de encontrarlos con su lámpara. Bien lo sé y puedo dar fé de ello, que tus hechos hablan por ti. Obras son amores...

Ana y tus hijos te llorarán y notarán tu falta, sin duda. Pero ella seguirá en tu papel y ellos ya han hecho suyo tu camino. Hemos perdido un gran zamorano, y yo, un gran amigo. Descansa en Paz, que bien te la has ganado.

Un fuerte abrazo de tu siempre buen amigo Javier Carbajo.

PD: Cuando veas a Alberto, no dejes de darle un abrazo de mi parte