Eran las palabras que me decían mis padres cuando tenían pensado ir a ver a la abuela a Montamarta, de compras a Zamora o a la feria de los jueves en Benavente. A mis hermanas y a mí no era muy habitual que nos preguntaran si queríamos ir, sino que se daba por supuesto que íbamos donde ellos iban. Si en alguna ocasión me decían "¿quieres venir?" la cosa ya cambiaba por que había que preguntar "¿a dónde?" y ahí ya entraba el conflicto entre lo que debíamos hacer y si nos interesaba hacerlo o no. Mi madre siempre me recuerda que cuando iban a algún sitio cuando yo era niño, y no me decían nada, salía corriendo de casa para que no se me escapara el coche, que después les costaba mucho llevarme a los sitios y que ahora... no entro en casa.

Recuerdo que en una ocasión me dijeron mis padres: "nos vamos a un sitio, ¿quieres venir?" Yo les pregunté: "¿a dónde?" Y ellos me dijeron: "a donde vamos a ir nosotros". Y es que ante esta respuesta es difícil resistirse. Supongo que es algo parecido a lo que sintieron aquellos setenta y dos, de los que nos habla el evangelista Juan en este domingo, a los que envía Jesús a los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él. No sabían a dónde, ni qué les esperaría, ni tal vez por qué tenían que ir, pero sí sabían para qué y cómo: para anunciar la cercanía de Dios con el hombre, llevar la paz en medio de donde está instalado el mal, y mostrar la alegría de quien en el camino de la vida no tiene en nada ni en nadie más que a Dios para fiarse. Para llevar a cabo la misión que Jesús nos encomienda hoy, es necesario que, como cristianos, nos pongamos en camino y vivamos "en camino". El anuncio del Evangelio y la vivencia de la fe no nos atan a los lugares, ni a las personas, ni a los gustos, ni a las apetencias sino que nos acercan a todos con los que en el camino compartimos la vida tragando el mismo polvo y refrescándonos en la misma agua, como dice el profeta Isaías, "alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto" (Is 66,10)

Sin embargo, no deja de ser menos cierto que lanzarse a una aventura así tiene sus riesgos. El riesgo de pensar que con subir en el coche para que te lleven es suficiente. Y es que quien sube al coche de la aventura de ser cristiano debe saber que ha de llevar en su cuerpo "las marcas de Jesús" (Gal 6, 17), que por donde pasa deja la huella de la alegría, de la paz y de la felicidad que conducen a Dios. No hacemos un camino para nosotros mismos, para que nos miren, nos recuerden o nos aclamen sino para decir con el Sal 65 "Venid a ver las obras de Dios".

Hoy es tiempo de salir, hoy es tiempo de cambiar, pero nunca es tiempo para olvidar, porque como canta Maldita Nerea: "Ya has venido a mi universo/ A dar sentido, a hacer lo nuestro/ Si alguien queda escuchando ahí, debo decir/ Que hacen falta más personas como tú, y menos miedo"