Escribo esta columna desde Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde estaré durante el mes de julio, colaborando en la pastoral de la parroquia María Auxiliadora de la que es párroco nuestro paisano P. Narciso de la Iglesia. Santa Cruz es la ciudad más poblada de Bolivia, unos 2.000.000 de habitantes y ha sufrido un fuerte y rápido crecimiento demográfico. Debido a este crecimiento espectacular, en relativamente poco tiempo, es una ciudad un tanto caótica y bastante ruidosa. A ello contribuye una gran circulación de coches y micros, muchos de ellos en un no muy buen estado, el suelo de las calles de losetas hexagonales y el nerviosismo de los conductores que pitan con mucha facilidad, sirenas de ambulancia y policía... Todo esto crea un ambiente muy ruidoso, contaminante y poco agradable para el peatón.

Esta realidad me sugiere el tema de la columna de este mes, el silencio, la tranquilidad, la quietud. Mucha gente, en este momento del mes de julio, estará disfrutando de unas bien merecidas vacaciones. Muchos van buscando recuperar las energías gastadas en el año y, paradójicamente, se van a lugares de grandes aglomeraciones y ruidos. Ruidos que llegan por todos los frentes, máquinas encendidas que no dejan de sonar, música por altavoces que no para, televisiones encendidas a las que nadie hace caso... "Sin embargo, como dice José A. Rodríguez en la revista Sal Terrae, el silencio es necesario en la vida. Para tomar distancia, adquirir perspectiva sobre las cuestiones importantes de nuestra vida, y para no quedarnos en la superficie de las historias". Es verdad que, muchos de esos sonidos y ruidos forman parte de nuestro día a día y los elegimos nosotros: poner la radio para empezar el día en la casa y en el coche, la televisión, el móvil, los aparatos de música, nuestras redes de contactos que continuamente nos bombardean con sus mensajes... Junto a los sonidos buscados están también los ruidos, esos sonidos que molestan y que proliferan en nuestra jornada sean buscados y aceptados, o sufridos, o como ruido de fondo que nos envuelve todo el día. Y así, entre sonidos y ruidos cada vez tiene menos espacio el silencio en nuestra sociedad y en nuestra vida diaria.

Mal que nos pese, el silencio y la quietud son necesarias: desconectar el móvil, apagar el ordenador y la tele... Necesitamos espacios para hacer una pausa y para gestionar el mundo en el que vivimos, lo que nos ocurre, poner distancia física, buscando lugares tranquilos, en contacto con la naturaleza.

Hasta Jesús en el Evangelio se lo recomendó y lo hizo con sus discípulos: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco".