El presente y el futuro de nuestros pueblos ocupa y preocupa, a veces en exceso, a todas las personas: desde los responsables políticos de cualquier administración, que gestionan los recursos públicos, hasta el vecino que reside en el punto más alejado de la centralidad física y política, pasando por las organizaciones y entidades sociales de cualquier ámbito o sector. A todas y todos nos inquietan los problemas clásicos: la despoblación, el envejecimiento, el desempleo o el acceso a los recursos y servicios básicos a los que, según nuestro ordenamiento constitucional, debemos acceder todos los ciudadanos en igualdad de condiciones. Estas preocupaciones, sin embargo, no son de ahora, por mucho que, de un tiempo a esta parte, hayan saltado a la palestra pública, aprovechando las modas pasajeras, el tirón de algunos escritores, el papel de los medios de comunicación, las protestas en la capital de España y los manifiestos que han dado lugar a ese célebre concepto que lo dice casi todo: "la España vaciada", que no vacía.

Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol: los problemas de nuestros pueblos se conocen y, lo más importante, se reconocen por casi todas las personas. Se habla de ellos e incluso se discute acaloradamente de los motivos que nos han traído hasta aquí y de las posibles soluciones. Y entre ellas, la que casi nadie pone en tela de juicio: la llegada de las nuevas tecnologías de la información y comunicación hasta el último rincón de cualquier territorio, indistintamente del tamaño, en términos demográficos, de la localidad de residencia. Si hoy se quiere emprender un negocio en el medio rural o simplemente disfrutar de las nuevas posibilidades de teleasistencia, ocio y tiempo libre, etc., es imprescindible que las infraestructuras de telecomunicaciones estén accesibles a todos. El problema, sin embargo, es quién se hace cargo de convertir un deseo en realidad. Como ven, en este asunto, como en tantos otros, el debate sobre la responsabilidad de las administraciones públicas o de las empresas y corporaciones privadas es evidente.

No obstante, los recursos para el acceso a Internet no son, ni más ni menos, que infraestructuras, como lo son las carreteras, los ferrocarriles, los canales de riego o los puertos y aeropuertos. Porque se puede disponer de esas infraestructuras y, sin embargo, no sacarles todo el jugo posible. Ahí están, por ejemplo, los resultados en términos de empleo o calidad de vida de la población cuando se hacen análisis comparativos entre países que disponen de infraestructuras similares. Aunque son una herramienta importante, las infraestructuras son un instrumento más al servicio del progreso humano. Hay otras herramientas que pueden facilitar o retardar los procesos de desarrollo y que se olvidan con frecuencia, como las posibilidades del aprendizaje colaborativo, es decir, la capacidad de hacer cosas conjuntamente entre los distintos actores sociales, económicos y políticos de un territorio, sea grande, mediano o chico. De esto apenas se habla y, sin embargo, es clave. Pero lo bueno es que aún estamos a tiempo de aprender.