Con el final del mes de junio concluía la muestra sobre la obra religiosa del artista Tomás Crespo Rivera en el Museo Diocesano de Zamora. Ese pequeño museo, casi a desmano de la ruta turística principal pero enclavado en un lugar recoleto de los barrios bajos y junto al río. Cuando nuestros gestores municipales despierten se darán cuenta de su capacidad más que suficiente para dinamizar en alguna medida el barrio, contando con la proximidad de las aguas del Duero y su potencial. Y del servicio que esta institución de la Iglesia católica presta a la cultura de verdad, a las artes y a los artistas locales. Mientras, tristemente será marginal en las ofertas culturales en la ciudad a pesar de la potencia de sus exposiciones temporales.

Precisamente de esto nos hablaba el propio Crespo Rivera en una visita compartida con amigos artistas y un servidor el jueves anterior a la clausura de la exposición y la posterior comida. Nos decía, y yo me alegraba sobremanera, que la muestra había causado expectación y que él había recogido reconocimientos espontáneos por la calle a pesar de que resultase 'difícil' bajar a la exposición. Y es que aún nos cuesta demasiado bajar Balborraz o las cuestas del Caño o de San Pablo, quizá obcecados en que la ciudad no nos ofrece gran cosa en La Horta. En cualquier caso, que el propio artista haya atesorado estas muestras de afecto y reconocimiento de sus paisanos incluso en sus paseos por la calle es muy de celebrar, especialmente quien no ha contado con una exposición retrospectiva y del conjunto de su obra en la ciudad que le vio nacer. Quizá por ello esta exposición ha tenido, a pesar de su particularidad centrada en su arte religioso, alguna vocación de ello.

Conocí a Tomás hace años a raíz de las investigaciones realizadas para mi tesis doctoral sobre arquitectura contemporánea zamorana. Me propuse entonces entrevistarme con todos los artistas vivos que hubieran realizado obra para estas arquitecturas, y lo logré con gran generosidad por parte de todos ellos. Cada uno hijo de su padre y su madre, me recibieron cordialmente, compartieron su obra y cuitas, amén de alguna confidencia alguno de ellos, y de este modo contribuyeron a la difusión de sus trabajos en la perspectiva académica acostumbrada por el investigador. Los frutos irán viniendo. Tomás me abrió su estudio de la calle del Aire y con él su confianza. Poco a poco hemos tejido una intensa amistad, no basada en el 'zamoranismo', ni siquiera en las artes solamente, sino también en una manera de afrontar y entender la vida. Cuántos lamentos por el estado comercial actual de San Torcuato y de la ciudad misma, cuántas palabras cambiadas sobre las cortas miras de los hombres, cuántas ocasiones perdidas en nuestra tierra por no jugar bien las cartas, cuánta necesidad de trabajar sin mirar colores y bandos... Y a veces, por esto último, quedamos cuestionados y mirados de reojo por unos y otros al optar por quedarnos deliberadamente en el medio. Tanto en común...

La obra religiosa de Tomás es significativa aunque no muy numerosa. Mucha de ella pasa aún desapercibida, como lamentablemente su obra artística en general. De fuerte personalidad, Crespo Rivera no ha buscado con su obra regalar los oídos sino hacer lo que tenía que hacer y como creía que tenía que hacerlo. Para muestra, el cartel oficial de la Semana Santa de 2016, absolutamente fiel a su más propio estilo constructivista, cosechó algunas críticas con el argumento de que "es un cartel que valdría para cualquier ciudad". Desde luego no pudo haber un cartel más del cuño Crespo Rivera. Y su universalidad fue, sin duda, un valor añadido. Con él entroncó con su obra y su propia trayectoria artística sin concesiones a sentimentalismos localistas. Un cartelazo. Y un artista de una pieza. El resto de su obra religiosa quedó gran parte de ella en los modelos trabajados en el taller y no fue llevada a término. Quizá por ello esta muestra en el Museo Diocesano ha contado con el maravilloso activo de mostrarla al público en general. Estudiada en mi tesis gran parte de ella, su carácter es inconfundible, incluso a pesar de alejarse en algunos casos de su estilo constructivista característico, quizá pensando en el gusto del comitente o fruto de su propia evolución. Probablemente haciendo gala de su discreción y la modestia a que nos tiene acostumbrados. Es una suerte que Tomás siga tan vital entre nosotros. Agradecidos estamos.