Probablemente nada de lo que haga Albert Rivera lo pueda favorecer electoralmente en un futuro inmediato. Ciudadanos es el mayor castigado por la inutilidad del llamado voto útil, su diletancia y el hecho de disponer de un electorado menos sectario que los demás. Parece como si fuera el único partido que tiene que sacrificar su estrategia en aras del país y de los intereses supuestamente generales de unos cuantos particulares, que ven en la abstención la única manera de impedir que el sanchismo caiga en brazos de los populistas de izquierda y los separatistas. ¿Pero acaso no lo ha hecho ya en Navarra? ¿O en Baleares?

Sánchez dramatiza consciente de que tiene a una gran parte de la opinión pública consigo en algo en lo que ni él mismo cree. Si no se ha plegado ya al apoyo de Podemos es porque quiere que Iglesias renuncie a los ministerios, y porque él mismo, por diferentes motivos, prefiere evitar un gobierno Frankenstein pudiendo encabezar uno igualmente en minoría formado por socialistas e independientes. Pero si realmente estuviera convencido de que las alianzas del PSOE con la izquierda extrema y los independentistas no son buenas para el país jamás hubiera permitido los pactos baleares y navarros. Si lo ha hecho ha sido precisamente para ir ganándose el apoyo directo o indirecto en la investidura de aquellos con los que realmente sabe que va a contar.

Es muy injusto cargar en Rivera la responsabilidad que solo le corresponde al presidente en funciones. La culpa de que Sánchez -pobre- se eche en brazos de amistades indeseables o peligrosas, cosa que ya ha empezado a hacer, por otra parte, no es del arrogante líder de Ciudadanos. Nadie lo obliga. La tendrá él mismo si finalmente decide elegir ese camino. Cs, tanto si se abstiene como si vota en contra, tiene perdida la batalla de la opinión pública, pero sólo no doblegándose salvará la dignidad.