Todo parece seguir más o menos igual, pero nada es igual. La evidencia del cambio climático lo ha cambiado ya todo, relativizando y poniendo en su sitio -un lugar secundario- el obtuso supremacismo de Trump, las grandes guerras comerciales, las causas nacionales irredentas, la patética deriva de Europa, la aún más patética aventura del Brexit, la historia sagrada catalana, el estupor senil del Vaticano, el infantil clamor del populismo y hasta los tremendos dramas migratorios. Nada tiene parangón con lo que se avecina, que quizás no sea la hora final de todo pero será sin duda la hora final de muchas cosas, y que, nadie se engañe, es el rumor de fondo que está debajo de todas las inconsistencias de esta hora, una especie de run-run siniestro que va descosiendo las costuras, aunque sigamos aguantando por el decorado mientras de reojo vemos derretirse los registros termométricos.