No sé si fue el sofocante calor que estamos sufriendo con un estoicismo admirable o puede que las ganas de fiesta que todos tenemos después de un invierno tedioso, fuera lo que fuese, nunca se había visto a tanta gente callejeando, a tanta gente 'jugando' a tapar la calle hasta el punto de que en verdad no podía pasar nadie, ¡ni el aire!, como este San Pedro 2019. Las fiestas más concurridas que yo recuerdo. Y ha habido años de "lleno absoluto" sólo que se me antoja que este ha traspasado el techo habitual.

Ha habido de todo como en botica. Unas cosas han gustado más que otras, todas han congregado a mucho público. Incluso La Valenciana, el día de San Pedro tuvo una larguísima cola de clientes ávidos de un refrescante helado con alguno de sus exquisitos sabores. En fila de tres e incluso de cuatro, la larga hilera de gente doblaba la esquina con Santa Clara.

En ese todo destaca cada año la gala de los Premios "Mercurio y Vulcano" de la Cámara de Comercio que ahora preside Enrique Oliveira, y sobre cuya celebración sobrevuela siempre el recuerdo y la impronta de Manuel Vidal. Una gala cargada de emotividad por los recuerdos, por las vivencias que atesoran los galardonados cuyas palabras, acaban pegándose al corazón del que escucha, repartiendo la emoción por la sala del Teatro Ramos Carrión. Rafa Santiago fue un magnífico maestro de ceremonias, agudo, simpático, cercano, con don. Y no todo el mundo en las tareas de presentación tiene el don de Rafa.

Eso de que haya un premio, no creo que menor, a la "lealtad empresarial" me parece un detalle como un castillo. La dedicación, el trabajo, el esfuerzo, el compromiso, la voluntad, el emprendimiento, con la que está cayendo, tienen su razón de ser en el mundo de la empresa zamorana que se resiste a desaparecer, que permanece contra viento y marea en algunos casos con cifras apabullantes en cuanto a facturación y demás. Andrés Ferrero e Hijos y Melquiades Rodríguez, S.A., fueron los destinatarios del Mercurio y el Vulcano. Y cuanto me alegro porque son empresas longevas que han pasado por distintas vicisitudes que a otros les hubieran hecho desistir y abandonar, como en el caso de Andrés Ferrero, que vio cómo se quemaba su nave y cual pájaro Fénix renació de sus cenizas.

De Melquiades Rodríguez, de toda la familia, desde el fundador que da nombre, a los hijos y los nietos y esto, Juan, va por ti, me quedo con su sabor que me retrotrae a la infancia. Recuerdo que cuando volvíamos a España de vacaciones, desde mi Guinea Ecuatorial, una de las primeras compras que hacía mi buena madre era, precisamente, en Melquiades, entonces con sólo una tienda en la calle de Obispo Nieto. Aquello era como una liturgia que se cumplía a rajatabla en cada regreso a España. No había nada que nos reconfortara tanto como el jamón de Melquiades Rodríguez. Ya ha llovido y vuelto a escampar, ¡qué jamón!, sabía a gloria bendita porque si la gloria tiene un sabor aquel sabor era, precisamente ese. De vuelta a Guinea nunca olvidábamos llevarnos una de aquellas 'guitarras' cuyo aroma y cuyo sabor lo impregnaban todo. Viendo y escuchando a Manuel, Luis Alberto y Melquiades, he vuelto a aquellos maravillosos años ligados siempre al sabor de Melquiades.

Que sí. Que hay que apoyar a los nuestros. Que hay que facilitarles las cosas. Que merecen reconocimientos como estos y el favor y el calor de un público fiel. Primero, los nuestros, los de casa. Y, luego, ya veremos.