Hace un mes hablábamos de la cantidad de celebraciones sacramentales que se celebran con el final de la primavera y la llegada del verano. Aunque desconozco si recibir el sacramento del Orden tiene algún momento del año concreto para ser celebrado, lo cierto es que hoy comparto en esta columna que en dos semanas consecutivas asisto a dos ordenaciones, ahí es nada. Una la de Millán Núñez, desde ayer, solemnidad de San Pedro y San Pablo, un nuevo sacerdote diocesano para Zamora. Toda la suerte y luz (éxito) en la labor pastoral que se le encomiende entre nosotros a partir de ahora. Y la próxima semana, la congregación a la que profeso tanta devoción como que me siento parte de ella desde mi posición laical, los Misioneros Claretianos (que ayer celebraron el Corazón de María) asistirán con alegría (y no es un cumplido) a la ordenación sacerdotal de uno de sus misioneros, Alberto Abelenda, en Ferrol.

Mi admiración a los que deciden volcarse en su vocación. Claro que seguramente todos decidimos muchas cosas a lo largo de la vida que implica renunciar a lo uno por hacer lo otro, pero el ministerio sacerdotal, creo, que tiene un plus que puede que otras cosas no tengan, porque como decía en este mismo espacio Javier Prieto el domingo pasado, ser sacerdote es más una apuesta de vida que un trabajo. Ser tan atrevido hoy hace que en muchos casos a quien se lo cuentas piense que por tener esa valentía, esa decisión, seas un loco. Y hombre, los que creemos en la inmensa tarea que la Iglesia tiene por hacer para renovarse y actualizarse al paso de los tiempos, hoy estamos de enhorabuena y agradecidos porque todavía queden locos que decidan dedicarse a esto.

Creo que el oficio de cura puede ser el oficio que más necesidad de empatía necesita, el cura está llamado a servir, a ponerse en el lugar del otro siempre y por encima de cualquier circunstancia, tener una capacidad de escucha y de acogida como ningún otro, a comprender la vida del otro además de administrar los sacramentos que le demanden. A ser imagen de Jesús en el mundo de hoy. Y el cura hoy tiene que ser el principal embajador de esa salida a la que nos lleva llamando el Papa desde que empezó su pontificado. Y claro, para ello necesita que le quieran. Su gente, su entorno social, sus jefes (la jerarquía). Ser sacerdote no es baladí, y es tan necesario como que no hay que echar en saco roto la corriente teológica que aboga desde hace tiempo por abrir el celibato. Sin duda un debate de fondo que debemos de afrontar. Enhorabuena y suerte a los ordenados.