Televisión Española se llenó de gloria. La tele pública se ha prestado a lavar la imagen de Arnaldo Otegi, por si se precisa su apoyo, que nunca será gratuito y por lo tanto generoso, para la investidura de Pedro Sánchez. No se puede caer más bajo. El coordinador general de EH-Bildu, una vez más, ha dejado bien clara su calaña. Ni se retracta, ni pide perdón. Tenían que matar y por eso, en lugar de ir sólo y únicamente a por los políticos que son los que luego lo amarranan todo, se decantaron por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, por mujeres y niños, por civiles y algún que otro político. Todos sus muertos, cerca de mil, tenían la culpa, toda la culpa del nacimiento de ETA. Había que asesinarlos vilmente por una Euskadi libre del pesado yugo que representa España, el Estado español tal y como a ellos les gusta decir.

Que la tele pública haya dado voz al líder de la coalición heredera de Batasuna, que nunca ha condenado el terrorismo de ETA, que participó activamente en algún secuestro, que justifica la existencia de ETA, siete días después de la controvertida constitución del Parlamento de Navarra y la víspera del homenaje a las víctimas del terrorismo, es como un insulto a las víctimas del terrorismo. Una infamia imperdonable por tratarse del canal público, del canal que pagamos todos los españoles, las víctimas, fijo, de los victimarios no estoy tan segura.

Darles participación en las instituciones y voz en la tele pública es más de lo que nunca habría hecho socialista alguno. Posiblemente de los de antes, porque los de ahora dejan mucho que desear. Eso es más propio de gentes del pelaje del líder de Podemos, pero nunca de un socialista, de un hijo o nieto o biznieto de esos ciento y pico años de presunta honradez que se deberían analizar.

Otegi no se arrepiente de nada. La televisión pública que pagamos con nuestros impuesto ha puesto a du disposición un altavoz que no tuvieron hasta hace poco las victimas del terrorismo etarra, las víctimas de esta gentuza que nos trajo a todos en jaque. 243 guardias civiles, 149 policías nacionales asesinados por esta banda de hijos de Caín que van a estar en las instituciones, tienen que estar revolviéndose en sus tumbas. Yo no sé con qué cara, el presidente del Gobierno, de viaje a Japón con su señora, y el ministro Marlaska van a enfrentarse a todos aquellos que les guardan la espalda, a los que siempre se llevan la peor parte. ¿Bajarán la mirada avergonzados cuando vean un uniformado o alguno sacará su chulería innata recordando quien manda en España, aunque sea en funciones?

En el colmo de las execrables respuestas de Otegi, sólo nos faltó oír que él y los suyos y sólo él y los suyos son los únicos actores que han contribuido a la desaparición de ETA. ¡Qué vergüenza! Dejan reducido a la nada el ímprobo trabajo de Policía Nacional y Guardia Civil, la colaboración francesa que se produjo en cuanto le echaron la llave al magnífico santuario galo en el que estuvieron y no precisamente rezando, tantos años los Ternera y compañía. Lo va a decir uno de los culpables directo e indirecto del asesinato de tantos niños, como los pequeños del cuartel de la Benemérita en Zaragoza. Hay que tener fresca la memoria para recordar éste y otros tantos atentados en los que murieron niños y mujeres.

A gente así no se le debe dar pie a reivindicarse, a blanquear el nombre de ETA, a mantener la insultante arrogancia sobre su necesidad y a justificar sus viles asesinatos. Eso sólo ha pasado, y lo que nos queda por ver, con Pedro Sánchez, con el PSOE con Rodríguez Zapatero que también lo justifica y, por supuesto, con Arnaldo Otegi.