Fabricantes de ladrillos y mitos, es lo que necesita un pueblo.

Jorge de Ortúzar. "Ciudades al Alba" (1997)

Con el solsticio estival y el fin del curso escolar, llegan las ferias y fiestas de Zamora. Antiguas ferias agro-ganaderas (de la madera, de ganado o de productos del campo), en las que también se "ajustaba" a los segadores y trabajadores agrícolas ante la llegada inminente de la cosecha. Las tres se unificaron al inicio del verano a finales del siglo XIX -cuando la ciudad comienza a abrirse a visitantes y viajeros-, y fueron ascendidas a la categoría de fiestas a lo largo del siglo pasado.

La relación a San Pedro fue una casualidad cronológica sin ninguna vinculación con la memoria litúrgica del primer apóstol, pese a que la posverdad actual (en contubernio con el "corta pega" digital, y el "palmeo" acrítico de "likes" y "retuits"), lo haya convertido en el patrón apócrifo de Zamora y por ende, en patronales nuestras fiestas de junio. Pero, ¿De dónde y cuando surge esta confusión?

Las ferias y fiestas de Zamora, que desde pequeños -y comparándolas con otras que se nos abrían a través de la televisión o del testimonio de amigos y familiares-, siempre se nos antojaron un tanto sosas, han carecido de marcadores identitarios lo suficientemente fuertes como para aglutinar las voluntades populares de la "zamoranía". Es cierto que nuestras fiestas de San Pedro contienen algunos elementos singulares -aunque no exclusivos de Zamora-, que han venido funcionado como referentes: gigantes y gigantillas, desplazados en su momento de su contexto litúrgico original (la fiesta del Corpus Christi), y rehechos en numerosas ocasiones -los de mi infancia por José Luis Coomonte y Carlos Evangelista-; la Feria del Ajo y, desde 1972, la de la Alfarería y Cerámica Popular, actualmente todo un hito nacional. Pero a pesar de los intentos las fiestas de Zamora nunca han conseguido ese ente simbólico -religioso o profano-, que funcione como catalizador. La evidente confusión de patronazgos, entre Ntra. Sra. de San Antolín o de la Concha, la Virgen del Tránsito, o San Ildefonso y San Atilano, tampoco han ayudado en este sentido.

En los últimos años las fiestas de junio han ido creciendo hasta alcanzar la festividad de San Juan Bautista-, jornada en la que los chicos de barrio pugnábamos por hacer la hoguera más grande en nuestro descampado de referencia. Los cambios sociales y sobre todo la burbuja inmobiliaria -que acabó con los mejores solares de la ciudad-, hirieron de muerte una tradición, que más allá de la necesidad ritual de prolongar la luz en la noche más corta, nos ofrecía una jugosa prórroga en el toque de queda habitual. Hoy subsisten algunas hogueras residuales, que sortean las castrantes normativas y la enfermiza obsesión posmoderna por la seguridad, además de la descafeinada y oficial "hoguera de las Peñas" (en la que éstas, en su momento, quemaron en efigie a los "gruñones"), si bien la fiesta espontánea y popular, como el Carnaval, murió hace años.

Pero las de San Pedro no siempre tuvieron la exclusividad festiva. Con intermitencia-, convivieron -y aún conviven-, con las de septiembre. Éstas se organizaron en el primer tercio del siglo XX, durante el mandato del alcalde Cruz Horacio Miguel Cancelo, con el nombre de Feria Mayor de Zamora, en honor de Ntra. Sra. de San Antolín o de la Concha, pese a confusiones -a veces pretendidas-, patrona documentada de la ciudad. La cosa no fraguó, y a pesar de varios intentos por revitalizarlas, el buen tiempo -más seguro en junio-, el final del curso escolar y el hecho de que el 29 de junio sea día festivo -laboralmente hablando-, han aupado a las de San Pedro como principales fiestas de la ciudad (en la actualidad las de septiembre se reducen a unas jornadas de fiestas menores que se amalgaman con las últimas actividades del verano cultural).

En Zamora somos de "santos", ya saben, pero a pesar de la posverdad, San Pedro no lo tiene fácil en su aspiración identitaria. Prácticamente nadie sabría situar su iglesia en Zamora, no tiene cofradía ni sale en procesión (lo que le hace perder muchos puntos -léase con ironía-). Así que nuestras fiestas de junio llevan casi un siglo intentando encontrar un referente que las anuncie e ilustre carteles y programas: las "estampas" de la era de la mercadotecnia. La carencia se subsanó tirando de costumbrismo, pero "santificar" a una ristra de ajos, o a un cántaro de moveros es complejo. Aun así durante años, sus imágenes configuraron una suerte de iconografía de las fiestas zamoranas (el otro día vi un collar con una cabeza de ajo lucido con "zamoranismo orgulloso"). También se utilizaron los iconos clásicos de la "zamoranía", el lusitano Viriato, las veletas de Peromato (caballero zamorano que corona la torre se San Juan de Puerta Nueva), y La Gobierna (encargada de "gobernar" los vientos -y predicar la fama de la ciudad-, desde la derruida torre sur del puente de piedra), o diversos hitos del patrimonio monumental.

Y en esto llegaron las peñas, las del s. XXI, porque en los felices 80 ya había existido cierto espíritu peñista ligado al movimiento vecinal con una estética, en sus uniformes, entre "sanferminera" y benaventana. Pero ocurre que en Zamora no somos de cofradías, si no de procesiones (vds. saben); Y así comenzaron las de estas peñas con sus correspondientes "devociones", portadas en andas, y acompañadas de las nuevas carrozas 2.0: los carritos de bebida. La cosa pudo irse de madre: competiciones por quien tenía el "paso" más grande (lo que obligó a regular al ayuntamiento), reverencias entre "titulares", saludos de pendones y otras prácticas del ritualismo cofrade, coparon este intento de dinamizar nuestra semana festiva de junio (por no hablar de las numerosas referencias psico-semanasanteras en los nombres de las agrupaciones).

La intelectualidad peñista "fabricó" una leyenda de La Gobierna a medida de la fiesta (además de otra Gobierna de hojalata). Resulta que esta veleta dieciochesca -que representa a la Fama-, en vez de una corona de laurel, atributo habitual de esta alegoría, porta unas llaves de la ciudad, por encontrarse -en su momento-, sobre una de las puertas de acceso al puente. Según esta nueva leyenda posmoderna La Gobierna le entrega las llaves de la ciudad a estas nuevas peñas de camiseta chillona, que estos, a su vez, cuelgan del balcón del ayuntamiento. Y aquí tenemos la cuadratura del círculo: las fiestas (antiguas ferias), que coinciden con la memoria litúrgica de San Pedro -cuyo atributo son unas llaves-, las llaves de la ciudad colgando del ayuntamiento (gracias a la generosidad de La Gobierna), y la desorientación general -del que no escapan ni si quiera algunos capellanes despistados-, y... "voilà": ya tenemos las fiestas "patronales" de San Pedro y un nuevo patrón para la colección. ¡Viva el zamoranismo confuso y la posverdad festiva!

Así en los últimos años, la iconografía de San Pedro -y las llaves (no sabemos si las de uno o las de la otra)-, se han ido colando en la publicidad festiva y apareciendo en carteles y programas, y el falso patronazgo de San Pedro sobre la ciudad, en artículos de prensa y pregones varios. Incluso desde el año pasado nos hemos podido cruzar con un terrorífico San Pedro de carne y hueso -tocado con disfraz de gomaespuma-, repartiendo un programa de fiestas editado por un conjunto de empresas. Es, al parecer, una iniciativa privada, nada que objetar por ahí; eso sí, su visión me produjo más pavor que el encuentro con las gigantillas cuando era niño.

Pues eso, felices fiestas no patronales de San Pedro a todos.

(*) Historiador