Con el inicio de las fiestas de San Pedro en la capital y el remate de la semana grande que se ha vivido con el Toro Enmaromado en la ciudad de Benavente, permítanme que haga una breve reflexión sobre la importancia y el significado de uno de los elementos más importantes de cohesión social que se conocen: las celebraciones festivas que deciden organizar los pueblos, las comunidades, las peñas, las asociaciones de cualquier tipo, un grupo de amigos, etc. Las fiestas, con su amplia variedad de contenidos, tipologías y características, tienen un profundo significado antropológico. Tras el jolgorio, la algarabía y el desenfreno que suelen vivirse, se esconde una manera de entender la vida cotidiana y, si me lo permiten, de enfrentarse o de sobreponerse a los problemas que vamos encontrando en nuestro camino. Con la fiesta celebramos la vida, salimos de la rutina, recuperamos fuerzas para enfrentarnos a la cruda realidad de nuestra cotidianeidad y, sobre todo, reforzamos los vínculos que nos unen y, a veces, atan a los demás.

Las fiestas solo tiene sentido cuando se vive y disfruta en compañía, con los otros, con los compañeros de trabajo, los vecinos o cualquier otra persona que, aunque no la conozcas, siente las mismas vibraciones que tú por el solo hecho de encontrarse en un ambiente festivo, alegre y desenfadado. Por eso, un desfile de charangas, un concierto multitudinario, la celebración de un éxito deportivo, una romería, un concurso de no sé qué o incluso un pequeño baile en la plaza del pueblo con los tamborileros de toda la vida son tan importantes para las personas. En esos eventos es donde se fraguan, comparten y consolidan sentimientos de pertenencia con un grupo, una organización social o un territorio. Esos sentimientos, que en muchos casos son la expresión de una identidad personal y colectiva construida sobre la base de experiencias compartidas, permiten además consolidar iniciativas o poner en marcha nuevos proyectos, con lo que eso significa en términos de nuevas posibilidades y, sobre todo, de crecimiento para las personas.

Ahora bien, que en los actos festivos podamos encontrarnos con algunos comportamientos deleznables no significa que debamos olvidar lo que se esconde tras estos rituales de jolgorio y diversión. Como dice el dicho popular, los árboles nunca deben impedir que se pueda ver el bosque. Por eso, que de un tiempo a esta parte hayan proliferado los "puntos violeta" con el sano y loable objetivo de prevenir o atender a quienes se hayan sentido agredidas o agredidos por comportamientos indecentes, no implica que, de entrada, tengamos que satanizar las fiestas, el bullicio, la jarana y el cachondeo. Siempre han existido y esperemos que sigan existiendo. Porque el ser humano, mientras habite en contextos y situaciones de dificultad o de incertidumbre, continuamente inventará excusas para hacerles frente. Y las fiestas son precisamente una de esas excusas maravillosas para sacar fuerzas, sobreponerse al día a día y seguir adelante. Por tanto, háganme caso y disfruten de las fiestas. Hoy y siempre. Y si se viven en compañía, mucho mejor.