La liturgia de la Iglesia nos propone en este domingo del Corpus la lectura del evangelio de la multiplicación de los panes y los peces según san Lucas. No debe de sorprendernos este dato. Podríamos pensar que lo más adecuado para este domingo podría ser el relato evangélico de la última cena y la institución de la eucaristía. Pero no se nos puede pasar por alto que esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es volver al cenáculo para contemplar el tesoro de ese banquete de amor, es precisamente alimentarnos del amor de Jesús que se queda para siempre con nosotros bajo las especies de pan y vino, y de ahí que sea completamente adecuado que nos adentremos en este relato para contemplar aquel milagro de fecundidad y de bendición „¡otro más!„ que hizo el Señor. Después de la predicación, atardece y los doce instan a Jesús a que despida a la multitud porque no tienen ni alojamiento ni comida para tantos. Es la mentalidad eficientista y práctica en la que tantas veces caemos en la Iglesia hoy, cuando nos fijamos solo en el número y no en los posibles procesos personales ni en la conversión del corazón. Y el Señor es claro al respecto: ¡Sois vosotros los que tenéis que darles de comer! Nuevamente, los apóstoles manifiestan su duda y su incredulidad: ¿Estás de broma, Jesús? Solo tenemos cinco panes y dos peces: ¿qué es eso para tanta gente. Solo tenemos el evangelio y la fuerza de los sacramentos, gente casi toda mayor, mala prensa, ¿qué es eso ante el todopoderoso nuevo orden mundial? No importa, dice Jesús, id a la gente, yo obraré el milagro y sobreabundará. Pero no confiamos suficientemente ni en la palabra ni en la providencia del Señor. Dice san Ignacio de Loyola que el pecado, en último término, es no acabar de creerse que Dios quiere mi felicidad y mi plenitud. Y empiezas a enredar, y haces el cuento de la lechera, y buscas otros caminos alternativos al de Dios, pero las cuentas siguen sin salirte, y al final te sientes frustrado, porque sin Dios no hay futuro. La fiesta del Corpus, más allá del hecho material de la celebración digna y solemne de la eucaristía y de la procesión con el Santísimo, nos enseña con el evangelio de hoy que nos falta fe, como a aquellos apóstoles, que por dos veces desconfiaron de Jesús y de lo que iba a hacer. Nos falta abandonarnos en la providencia, que nunca se equivoca y siempre tiene un as guardado en la manga. Nos falta vivir en la magnanimidad de Dios. ¡Qué casualidad que fueran doce los cestos de sobras que se recogieron, doce como las doce tribus de Israel, vamos que sobró comida para todo el pueblo, para toda la humanidad! La eucaristía y el sagrario significan que Dios me sabe a pan, porque se hace alimento y comida partidos y repartidos, que sacian, proveen y sobran para llegar hasta el último ser humano de la tierra.