En Euskadi, durante décadas, hubo un reparto de juego entre el independentismo violento y un sector importante de la sociedad civil: unos mataban y otros imponían en la calle, las instituciones y el tejido de la sociedad el miedo, la coacción y el acoso, disfrazados de buenas palabras y de una falsa paz. Ese ambiente se palpaba, pero no se veía, y contaba con la complicidad de quienes no estaban de acuerdo pero "lo comprendían". Visto que el modelo ha perdido fuerza con la derrota de ETA, el portentoso invento del independentismo catalán es reproducirlo sin necesidad de violencia directa para que funcione. Hemos visto estos días el miedo, la coacción y el acoso al disidente, el cerco social del que no secunda la política secesionista, incluso la pérdida de formas -con el descenso al nivel más repugnante del insulto- de ciudadanos de la pequeña burguesía de toda la vida. Gent de pau.