Nuestra Seguridad Social actual, cuyo primer acercamiento data de finales del siglo XIX, surge en 1963 al crearse la primera Ley de Bases de la Seguridad Social, precursora ésta de la Ley General de la Seguridad Social que entró en vigor el 1 de enero de 1997, estableciendo que el sistema financiero fuera de reparto primando el principio de solidaridad financiera, siendo posible que pocos se diesen cuenta de que en el futuro iban a coincidir generaciones de padres e hijos jubilados simultáneamente. En parte es normal, debido a que la esperanza de vida ha ido aumentando de forma constante batiendo edades posiblemente no calculadas en aquellos momentos. Si miramos alrededor, entre nuestros conocidos y familiares, observaremos que algunos de aquellos que tienen más de 85 años, sus hijos, o están a punto de jubilarse, o están ya percibiendo una pensión de la Seguridad Social. Entre otras, esta vicisitud, añadida a que hay pensionistas que cobran más de una pensión, hace que el sistema entre en déficit debido a que los ingresos por cotizaciones sociales son inferiores a los pagos que se realizan a los pensionistas.

Nuestro sistema de reparto establece que con las cotizaciones de los trabajadores se paguen las pensiones de los que ya se han jubilado, ello está supeditado entonces a que los ingresos que aporten los cotizantes sean superiores al gasto de los beneficiarios. Otras variables para tener en cuenta serán las ratios entre la natalidad y la esperanza de vida, ente los sueldos que se cobren y las cuantías de las pensiones que se paguen. Todas ellas marcarán el futuro de las pensiones que, aunque parezca mentira, todavía no está escrito.

El problema de las jubilaciones es uno de los más importantes que sufre el país, agravado por la inviabilidad actual del sistema que requiere pasar por el quirófano para hacerle una reforma de calado, tato por el lado de los gastos como por el lado de los ingresos. Ya sabemos que los años electorales son buenos para los pensionistas, pero malos para el propio sistema; pero también sabemos que cuanto más se espere más duras serán las consecuencias. La solución, a modo de parches, de pagar cada vez más impuestos para cubrir el déficit, también sabemos que es una solución temporal. Sin embargo, lo que sí podemos tener claro, es que la Seguridad Social no quebrará mientras que el Estado no quiebre, y eso es algo más que improbable. Lo que sí puede ocurrir, y ocurrirá con seguridad, es que las prestaciones de los futuros pensionistas verán reducidas sus cuantías, hasta tal punto que algunos no podrán satisfacer sus necesidades económicas con los importes percibidos. Teniendo en cuenta los cambios legislativos que se realizan de manera constante y que afectan de lleno al sistema, de poco o nada hubiera servido enviar el famoso "sobre naranja" en el que se informaría a los ciudadanos de su pensión futura. Es imposible de predecir, a tenor de la multitud de variables que se deben de valorar para obtener un resultado, ya no certero, sino algo aproximado a la realidad.

El pilar fundamental para tener una jubilación debe de ser el sistema público de pensiones, pero, como he dicho, habrá casos en que será necesario complementarlo con nuestro propio sistema de capitalización, aquél que hayamos ido acumulando durante nuestra época en activo. Y eso no pasa por crearse un plan de pensiones o un plan de previsión asegurado, que, con su aparente ventaja fiscal en su contratación, no hacen sino enmascarar su pobre rentabilidad y su falta de viabilidad para ciertos contribuyentes.

Sería recomendable que, a lo largo de nuestra vida laboral, se dedicase una parte de nuestro ahorro para cuando llegue nuestra época dorada; ahora bien, el dinero que se dedicase a ese fin debería poder desgravarse de la misma forma que un plan de pensiones, siempre y cuando el monto se dedicase a la jubilación. A su vez, habría que mejorar también la fiscalidad del rescate, tributando únicamente por las plusvalías y no por todo lo aportado como ocurre en la actualidad.

Como eso no es así, y hoy por hoy no es viable, la solución pasa por crearse una cartera bien diversificada en, por ejemplo, fondos de inversión, con el fin de complementar la futura pensión pública después de haber colgado las botas. Según un estudio de la aseguradora Caser, tres de cada cuatro consideran al ahorro como pieza fundamental para vivir financieramente desahogados.

Seamos conscientes, que las aportaciones de los trabajadores del futuro no serán suficientes para poder pagar las pensiones (en cuantía similar a la actual) de sus mayores. Tampoco nos dejemos llevar por el reciente movimiento entre la generación millennials llamado FIRE (financial independence, retire early -autonomía financiera, retiro temprano-), cuya idea es vivir de las rentas del patrimonio acumulado durante la juventud, haciéndose eco la prensa internacional presentando multitud de ejemplos.

Gestor de Activos y Trader Independiente

@ToGarMos