Referirme en una breve reseña a "Esto era", el último -por ahora- libro de poemas de Juan Manuel Rodríguez Tobal es una tarea abocada al fracaso, porque hablar de lo inefable es imposible lógicamente. Más fácil resultaría referirme a la obra de este poeta zamorano, traductor y profesor, afincado en Valladolid..., pero para esos detalles ya está san Google que hizo cómodas las antiguas magnas enciclopedias "Larousse", "Espasa", la británica, ya sólo objetos de chamarilería o decoración.

"Esto era" es una evocación de sensaciones, hechos, dichos, sueños en palabras (Esto) en un suave tono elegíaco (era) segmentando su desarrollo en dos tramos: "Las piedras" y "Esto era" precedidos ambos por citas empapadas unas en la naturalidad de la lírica tradicional y otras de carácter filosófico existencial.

Cuando iba leyendo esos poemas desgranados, los efectos que producían en el receptor , podrían sintetizarse en uno solo: el afecto y la recuperación del poeta de "Grillos", mudo desde "Icaria". Uno sabe que esos escritores vagos, dispersos, discontinuos a los que se les llama poetas no suelen sentarse ante la máquina de escribir, ampliando sus posaderas maquinalmente como le sucede a algunos novelistas. Uno sabe, porque ha tratado con esos tipos bastante, que son culos de mal asiento, zascandiles, lagumanes, gentes con poco fundamento, imprevisibles. No buscan las palabras con la paciencia del buen oficinista o con el regodeo de las jeras retóticas notariales, las esperan con paciente impaciencia, alerta. Por eso, todos los efectos se resumían en el afecto al poeta de "Dentro del aire", quien desdice todos esos epítetos dedicados antes a los poetas, porque Juan Manuel Rodríguez Tobal ha ocupado sus ocios en traducciones de poetas griegos y latinos, los líricos más antiguos de la Hélade y, también Catulo, Ovidio, Safo, editadas por Hiperón.

El espacio perfila el poema, lo mismo que el silencio perfila las palabras. El medio ambiental de las palabras que formulan un poema es, sin duda, el silencio. La salmodia o canto o cántico, a veces, vaticinio, en un poema hace espacio al silencio, porque todos los silencios, tanto o más que las mismas palabras, contribuyen a la fuerza del conjuro mágico que se suscita en el lector avisado, porque el lector de poesía también está alerta. Pero naturalmente los silencios en un poema se contaminan con el alma, otro silencio, del lector en el espacio de la página.

Leer "Esto era" deja a uno inundado de dudas, de recelo, porque uno no sabe, a ciencia cierta, es decir, racionalmente, qué está cantando Juan Manuel Rodríguez Tobal: "Un no se qué que queda balbuciendo". Por ese "noséquequeda" a Juan Manuel Rodríguez Tobal le concedieron el premio de poesía San Juan de la Cruz y por eso también correríamos el peligro de los críticos clasificadores si lo colocamos en un estante de poesía mística. "Esto era" es, más bien, el fruto de la poesía simbolista hipersensitiva hasta rozar lo onírico en sus imágenes y, al no querer, también sentimental, aunque, como toda la producción poética de Rodríguez Tobal, contenida al máximo, recortada por el silencio, por el espacio en blanco; pudorosa en la reflexión, intensa en sentimiento. Pero, además, como bien ha advertido Manuel Enrique Rodríguez Ferrero, enraizada en la lírica greco-latina que deja al descubierto el símbolo oscuro de esas primeras Piedras.

Si "Icaria" se articulaba en dos tramos sentimentales: la elegía por lo perdido y la canción por el amor, "Esto era" se desarrolla en su totalidad como anticipación, esto es, una elegía anticipada de un yo, que era, de un esto que era y también el descubrimiento, asombrado de otro "yo" más puro.

Tenue quizá sea un adjetivo apropiado para calificar "Esto era", sentimental, sensible y sensitivo, pero sin las alharacas sonorosas de Rubén y con la economía lingüística del mejor Valente. El tacto de las piedras y sus evocaciones en el primer tramo, la constatación de las pérdidas en el segundo. Hasta en la misma portada, las amapolas resulan tenues.