Ayer se constituyeron los nuevos Ayuntamientos en España y, por consiguiente, también aquí, en Zamora. Como siempre que llegamos a este punto, se abre una nueva etapa en la reciente democracia de este país y en uno de los ámbitos institucionales y de gobierno más importantes: el local. Cada Ayuntamiento representa lo mejor y, a veces, lo peor de la gestión de los asuntos públicos. Lo mejor: que es la sede de la soberanía municipal, expresada en las pasadas elecciones del 26 de Mayo; que es la casa de todos, o al menos así debería de ser, donde se habla, se discute y se toman decisiones sobre los aspectos más básicos de la vida cotidiana; que quienes van a ocupar los asientos durante los próximos cuatro años, ya sean alcaldes o concejales, estando en el gobierno o en la oposición, son ciudadanos que han dado un paso al frente para dedicar parte de su tiempo a resolver los problemas de los demás, lo cual es de agradecer; que, en resumen, es la mejor escuela de aprendizaje de lo que debe ser una democracia activa y participativa.

Y lo peor: que en muchas más ocasiones de lo que sería deseable, los Ayuntamientos se pueden convertir en espacios restringidos a la participación, la discusión y el debate, es decir, a la confrontación de ideas; que muchos de quienes sientan sus posaderas en los sillones municipales suelen confundir los espacios públicos con los espacios privados, llegando a creerse que aterrizar en un Ayuntamiento es como pasearse por el salón de su casa; en consonancia con lo anterior, ese tipo de comportamientos poco democráticos influyen muy negativamente a la hora de fomentar una cultura política en las generaciones más jóvenes, tan necesaria e imprescindible en los tiempos que corren; que la falta de cultura política influye también en otros ámbitos y dimensiones de la vida social, como el hogar, la escuela, las empresas, las asociaciones vecinales o en cualquier otra organización social; que, en definitiva, las malas prácticas democráticas en el ámbito local terminan pasando factura a todos los ciudadanos, lo cual es muy preocupante.

Sabiendo que existen puntos fuertes y también debilidades, lo importante es que todas las personas, indistintamente de que estén o no sentadas en los puestos de decisión municipales, sientan los Ayuntamientos como la verdadera casa de la democracia. Y para eso, claro, hay que currárselo, porque la democracia, para que realmente pueda desplegar todas sus potencialidades, debe practicarse con el ejemplo diario. Además, si pensáramos desde una óptica estrictamente egoísta y personal, todos los ciudadanos deberíamos estar muy interesados en que nuestros Ayuntamientos funcionasen correctamente, que lo hagan con eficacia y eficiencia, tratando de buscar el bien común antes que el personal. Si realmente se cumplieran estos objetivos, todos saldríamos ganando. Porque está demostrado que una de las mejores vías para alcanzar el desarrollo económico e incrementar la calidad de vida de las personas es, precisamente, disponer de instituciones democráticas, como los nuevos Ayuntamientos que apenas llevan unas horas de funcionamiento.