El comienzo de año trajo consigo un fructífero arranque, en lo que a rentabilidades de los Mercados de Renta Variable se refiere, para dar paso a las correcciones con la llegada del mes de mayo y hacer bueno el dicho de Sell in May and go away (vende en mayo y vete). A raíz de que el comportamiento bursátil no sea el adecuado, los tipos de interés actúan como refugio para los inversores. Atendiendo a este hecho, los intereses de la deuda europea han mordido el polvo descendiendo a niveles nunca vistos con anterioridad. En España, por ejemplo, la curva de tipos es negativa hasta los periodos de cinco años. Como consecuencia, los tenedores de deuda de los gobiernos europeos han experimentado beneficios desde principios de año. Con este caldo de cultivo, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), en su reciente reunión de junio, echó más leña al fuego decidiendo retrasar hasta por lo menos el primer semestre de 2020 una posible subida de los tipos de interés en la zona euro, dejando caer la posibilidad, en caso necesario, de recortar aún más los tipos de interés abriendo la viabilidad de volver a reactivar el programa de compra de deuda -lo que se conoce como Quantitative Easing (QE)- o de prolongar más el horizonte a una posible alza de tipos.

Las políticas aplicadas por el BCE, en su conjunto, han sido bastante criticadas y alabadas. Unos porque han sido desmesuradas y otros porque han sido escasas, unos porque se aplicaron a destiempo y otros porque creen que se están prolongando demasiado o porque están perturbando la evolución secuencial propia de la economía. El caso es que la mayoría de los analistas coinciden en que la Eurozona ha sido salvada gracias a las acertadas políticas monetarias que se aplicaron en su momento, cuando la hemorragia de la crisis llegó a su punto más álgido.

Por un lado, las políticas monetarias llevadas a cabo por el Sr. Draghi han beneficiado a los Estados, empresas y familias que estaban endeudadas debido a que han visto cómo han disminuido los intereses que se pagan por los préstamos. En el caso de los Estados, aún ha sido más beneficioso, porque la deuda se emite con valores de interés negativo, lo que implica un alivio ya que en vez de pagar por los intereses se cobra, hecho que no se conocía y tampoco se conocen las consecuencias que pueda provocar esta actuación. Las familias y las empresas también han visto reducidos sus gastos financieros en gran medida, lo que les ha permitido tener más libertad económica.

En el lado contrario, se encuentran los ahorradores más conservadores que han visto cómo sus caudales han ido perdiendo rentabilidad si lo que buscaban era el mínimo riesgo. La deuda pública emitida por la zona euro lo hace a tipos de interés negativos, lo que obliga a que los depósitos bancarios, fondos de perfil conservador o cuentas bancarias estén todos con rendimientos muy próximos al 0%, siendo las previsiones no muy halagüeñas. En el entorno que acabo de describir, los productos mencionados perderán dinero de una forma real debido al efecto de la inflación. Bien es vedad que el Índice de Precios al Consumo (IPC) ha sido bastante comedido en comparación con las tasas anteriores a la crisis, pero, aun así, el poder adquisitivo del dinero va mermando con el paso del tiempo y lo hace de una forma implacable. Y es que no es de recibo que un ahorrador llegue a su sucursal bancaria buscando un producto de inversión sin riesgo y le ofrezcan un fondo de inversión, que una vez descontadas las comisiones, por muy garantizado que sea, el resultado real sea negativo. Eso no es ahorrar, es lapidar. Lo más curioso es que los saldos de las cuentas corrientes, de los depósitos bancarios, de los fondos de inversión monetarios y garantizados, de los seguros de ahorro y de los planes de pensiones conservadores no paran de crecer, convirtiéndose esos productos en la fosa común de todos los ahorradores más conservadores.

Ya sabemos que lo inversores españoles somos muy esquivos con el riesgo, prueba de ello es la ingente cantidad de dinero que hay invertido en inmuebles sabiendo ya que esa inversión también entraña su riesgo, no está diversificada y, además, carece de liquidez. Por lo tanto, la única salida que queda para obtener algo de beneficio es diversificar las carteras añadiéndole algo de renta variable.

Ya sé que en otra época cuando el ahorrador entraba en una sucursal bancaria con algo dinero le abrían todas las puertas y el dinero crecía sin asumir prácticamente ningún riesgo. Pero también recordarán que el que acudía a la misma ofician en busca de crédito salía escaldado. Actualmente, el asesor financiero se hace cada vez más imprescindible mientras no se consiga la suficiente educación financiera que permita desenvolverse por uno mismo. El empleado de banca, antaño, hacía las veces de asesor y era el que llevaba la batuta de las decisiones financieras de las familias. En la actualidad, la banca es consciente de que hacer bien las cosas y con responsabilidad ante las actuaciones de sus clientes es de suma importancia. Los jóvenes de hoy prácticamente no saben lo que es una sucursal bancaria y ni falta que les hace, son autosuficientes, aunque con la conciencia de que necesitan una mayor dosis de educación financiera, atendiendo a la complejidad de los nuevos productos bancarios creados a partir de la ingeniería financiera y de sus posibles consecuencias en el futuro.

El caso es que las proezas a nivel monetario que estamos viviendo y viviremos son un experimento sin precedentes, sin conocer los resultados que se obtendrán. Si con la crisis pasamos hambre por poner toda la carne en el asador y quemarse, ahora que parece que la hambruna remite, la inflación se come parte de la carne mucho antes de ponerla en el asador.

(*) Traider independiente