Las elecciones autonómicas no pasan de un despilfarro, precisamente porque las autonomías también lo son. Pero, más allá de coste e ineficacia, el autonomismo representa un factor de desintegración de nuestro sistema político. Ello con diecisiete feudos a la hora de recaudar, gastar y colocar, gracias a un generoso reparto de dineros públicos. Andalucía fue el modelo, pero no estaría de más echar una ojeada a las vigas propias, pues seguramente se tropezará con ellas. Esto en el mejor de los casos; en el peor, que es lo probable, caerán encima con el resto de andamiaje y teatrillo.

Sería erróneo cifrar los males de las taifas autonómicas en la deslealtad de las Provincias vascongadas o el Principado catalán, únicas realidades acreditadas más allá de burdas ensoñaciones. Los separatismos regionales, identificados con fantasmales nacionalidades históricas, nada pueden ni representan fuera de la complacencia de una clase política dispuesta a pasar por el aro, en función de un cálculo electoral cuando no de facción partidaria.

Las consecuencias están ahí. Lo que se disfrazó de descentralización y participación, con independencia de colores políticos ha degenerado en un localismo que mina los fundamentos del sistema. No ya por el gasto, ni tampoco por el continuo tira y afloja en el mercadeo presupuestario a costa del principio de igualdad de los ciudadanos. El mal, la carcoma de un sistema autonómico inviable en términos de financiación y unidad nacional, estriba en que acaba por viciar la vida política, haciendo de ella un zoco donde se ventilan intereses partitocráticos, que lo son de castas atentas, desde un insufrible aldeanismo, a simples privilegios personales. Oligarquías que, aun de poca entidad y menos calidad, se atrincheran en sus predios inasequibles al interés general.

Creo recordar que, en nuestra baronía autonómica, su presidente alardeó no ha mucho de ser "perro viejo de la política". Al margen de lo anecdótico y desafortunado de la expresión, ésta da exacta medida de lo que las autonomías sin excepción han llegado a ser. Cortijo de factótums de aparato que, a base de oportunismo, clientela y camaradería partidaria, logran mantenerse en el poder durante décadas, reacios, claro está, a cualquier recentralización y fortalecimiento del Estado.