La deslocalización es efecto del reparto internacional del trabajo, base a su vez del intercambio desigual entre países ricos y pobres, una de las gasolinas del sistema capitalista. La frase anterior se ajusta al discurso del marxismo avanzado de hace, pongamos, medio siglo, una antigualla cuyo problema para mandarla al desván es que suele tener razón. En el proceso deslocalizador cooperan en el centro del sistema, como siempre, intereses y principios. Los primeros los ponen las empresas y la masa de dinero en busca de rentas, los segundos, a veces gobiernos progresistas que favorecen de hecho la deslocalización con políticas ambientales sin contrapesos ni cautelas. Como es natural unos y otros agentes del sistema creen hacer un rol honorable dentro del mismo (para que este funcione no conviene que sus piezas se enteren de lo que hacen). Y ahí estamos, por no leer a los clásicos.