Un "flâneur" es un paseante, un diletante, alguien que va por la ciudad sin rumbo, ustedes lo saben, mirando, sopesando, tal vez escribiendo luego. El "flanêur" no va embebido en sí mismo y sí cavilando sobre lo que ve.

El paseante abstraído elucubra pero mira poco y el "flanêur" nota si en una terraza hay asomado alguien o si han cambiado un escaparate o derribado una señal de tráfico. Tiene mucha tradición literaria ese paseo, ese pasear, ese contarlo luego. Pessoa y tal. Balzac definió el flanear como «gastronomía para los ojos». Hay paseantes imaginarios que no salen a la calle y todo está en su cabeza. Incluso está en su cabeza pensar que alguien los lee. Ha salido un libro de un paseante, Pablo Gallo, también ilustrador, que ha estado siete días por las Siete Calles de Bilbao, que son las principales del Casco Viejo. Cuenta anécdotas de la villa, cuenta lo que ha visto, lo que a otros se le esconde. Historias de gentes e inmuebles, anécdotas, estampas callejeras. Allí, a mí me gusta tomar una caña y unas gildas en el mercado de la Ribera antes de cruzar al Mina y almorzar. Una vez para animarme a hacer de "flanêur" en Bilbao me tomé dos txacolis y casi me atropella un tranvía, así que me subí a la torre Iberdrola y apunté lo que desde allí veía. Hice literatura de altura. En mi ciudad hay un edificio de gran altura; quiero subir a su azotea y anotar el devenir de los gorriones, el ir y venir de las gaviotas, algún vuelo rasante de helicóptero y el aliento de una nube despistada. Quizás un censo de libélulas. Mirar a un lado y ver una gran avenida y mirar al otro y ver el mar, que es un mar portuario con orillas de cemento y palmeras replantadas.

Un día eres joven y al otro te pasa como a Julio Camba, que donde otros ven el mar tú lo que ves es un tema para la columna. Una vez le dijo un escritor a otro: me duelen los pies. El otro respondió: escribes demasiado. Una cosa es vislumbrar, ver, un artículo en el mar y otra que te salga salao. El paseante, a mi juicio, ha de elegir la mañana mediada, que es más vivaz y pilla a los viandantes como con más afanes. El borracho aún no lo está. El albañil no se ha cansado aún. Los noctívagos se acostaron.

La tarde también tiene un paseo pero cuando el día se cansa, la retina también. La tarde para mí es más dada a la melancolía mientras que la mañana me resulta más propicia para un bocadillo de jamón. A una mala mañana aún puede sucederle una buena tarde y una noche inmejorable, pero tener una mala tarde es ya síntoma de que la noche tampoco va a ir bien, no es que una mala tarde la tenga cualquiera, es que tarde de muchos, consuelo de tontos. Y eso ya lo sabe uno de buena mañana.