Como en la tan magnífica como deprimente película de Sydney Pollack, "Danzad, danzad, malditos", tras las últimas elecciones los partidos políticos, acuciados por la necesidad de poder, se han lanzado a una maratón frenética de baile de pactos para conseguir ser la pareja, o sea, el bipartito o el tripartito o el polipartito ganador en los gobiernos.

La película de 1969 se enmarca en la crisis económica conocida como la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado en los Estados Unidos, cuando se derrumba el sueño americano, y algunos ciudadanos desesperados por su situación de desempleo o de pérdida de estatus y prestigio participan en una maratón de bailes en pareja, para comer siete veces al día mientras dura el concurso y hacerse con un premio de un puñado de dólares si ganan.

Se dice que la película representa al sistema capitalista porque los participantes en el baile de los malditos están sujetos a una explotación hasta el límite de sus fuerzas, como requisito del negocio de los organizadores de la maratón; están obligados a una fuerte competencia e insolidaridad entre ellos, porque no gana la pareja que mejor baila sino la que resiste más tiempo en pie bailando; y están sometidos al espectáculo y el escarnio para entretener a un público que disfruta con el sufrimiento y el dolor ajenos, y que culmina con la extenuación de todos y la pírrica victoria de los ganadores, que también pierden.

Sin el componente trágico y existencialista de la película (o quizás sí para algunos que se juegan su empleo o su estatus o su prestigio en los pactos), desde las comunidades uniprovinciales hasta las más grandes en extensión como la nuestra, y desde el gobierno del más pequeño de nuestros pueblos a los de las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, toda España se ha lanzado a participar en el baile de los pactos políticos, obligados por la necesidad de "pactar, pactar, malditos" para conseguir el premio del puñado de votos que les haga vencedores, dejando a otras parejas derrotadas y exhaustas.

En la maratón de baile de la película nada se dice de cómo se formaban las parejas, pero la inicial no podía cambiarse y por lo tanto se mantenía cierta lealtad obligada por la necesidad de cuidarse y sostenerse para ganar.

En el baile de los pactos políticos se supone que las parejas- bipartitos o tríos-tripartitos dependen de las ideologías o los programas de cada partido más que de la atracción individual de la pareja de turno. Sin embargo apenas empezado, andan todos y todas pidiéndose baile como en las verbenas de mi pueblo cuando yo era pequeña, en las que por educación y para no hacer de menos a nadie había que bailar con todos salvo en casos de enfado manifiesto. Y si esto pasa antes de formar pareja, ¡qué se puede esperar de bailes que, como la famosa yenca, van alternando a "izquierda-izquierda, derecha-derecha, arriba-abajo, un, dos tres", en una orgía del todos con y contra todos.

Esta visión del baile de los pactos puede parecer pesimista o incluso frívola. Pero es la única que puedo deducir de una situación en la que se está prescindiendo de la ideología (como siempre, por cierto), de los programas (mera excusa, como tantas veces) y de la racionalidad y el sentido común, para sustituirlas por los fríos cálculos y los cambios de cromos en un baile mucho más hipócrita y descarnado que el de la película.

En el gobierno de España:

-¿Seguimos bailando para elevar el nivel al salario mínimo? -pregunta Pablo Iglesias sin darse cuenta de que está solo en la pista.

En la Comunidad:

-¿Bailas? le dice el PP a Ciudadanos de manera preferente.

- Preferentemente sí, pero con políticos menores de 8 años de beneficio y vírgenes de corrupción- dice Igea en Castilla y León.

En la Diputación de Zamora:

-¿Bailas? le dice el PP a Ciudadanos de manera preferente.

- En la Diputación bailemos con regeneración - contesta el PSOE aunque no le han preguntado.

En cada pueblo depende de la "geometría variable", o lo que es lo mismo, de lo que me sale de donde le salga a cada uno la decisión: desde la cabeza racionalmente espero que en la mayoría de los casos, hasta los pies metiendo la pata sin querer, o metiendo la mano intencionadamente.

El pactad, pactad malditos se ha transformado en un espectáculo más del negocio de la política en el que hay una fuerte competencia entre los danzantes, y no ganará el que mejor baile. A esto ha quedado reducida gran parte de la política. A un espectáculo hipócrita y cruel para ganar un premio.

Eso si no hay alguien que compra a los participantes para que se dejen ganar. O se "transfuguen" hasta con mayorías absolutas. Que de todo se ha visto en la casa de los señores gobernantes.

¡Votad, votad, benditos! Que lo es nuestro pueblo.