En paralelo a una sociedad abierta, la democracia es sin duda el mejor sistema posible. Mas, precisamente por ello, responde a un delicado equilibrio de reglas y consensos, encaminado a garantizar una normal y pacífica convivencia. Sin un mínimo acuerdo en cuanto a la organización civil y política, jamás puede haber democracia en sentido clásico, que una inmensa mayoría entiende y acepta. Pues sabido es que, hipócritas y arribistas al margen, nadie en su sano juicio anhela la democracia popular instaurada por el estalinismo de checa y gulag.

Hoy, en nuestro país han naufragado los consensos necesarios para el funcionamiento de un sistema de libertades, desde el momento en que la propiedad se halla amenazada por una fiscalidad rayana en lo confiscatorio, por la permisividad de los poderes públicos cuando esa misma propiedad es ocupada de modo ilegal, cuando se pretende hacer valer un programa abiertamente comunista con medidas como la renta básica universal, un insulto a las clases activas y propietarias, o cuando se interviene el mercado de la vivienda abogando de paso por la nacionalización de la banca.

Pero quiebra igualmente cuando ideologías sectarias, propias de un revanchismo justiciero que nunca justo, aspiran a la imposición de un pensamiento único, llegando a la sanción penal mediante leyes como las de género o de memoria histórica, cuya pretensión de momento pasa por acallar mentes y conciencias, a remolque de un proyecto totalitario y liberticida. Mañana, ya se verá.

De ahí la necesidad de reafirmar nuestra democracia y sus consensos básicos. Lo anterior en la escena política, con fuerzas que aboguen por sus valores y principios. Pero quizá de mayor importancia aún sea la movilización popular, en forma de activismo y participación orientados a la defensa de tales valores, respondiendo con firmeza a los delirios igualitaristas que amenazan una hasta ahora pacífica convivencia. Labor esencial que conlleva manifestación y no dejación, implicación en lugar de renuncia o pasividad. ¿Cuál es el motivo de que nuestras calles se hayan convertido en escenario de la algarada y el agitprop izquierdistas, mientras la mayoría ciudadana parece sumida en un ominoso silencio?

Reafirmar la democracia exige militancia y compromiso. A falta de ambos, su quiebra y la de sus valores está asegurada. El liberalismo anglosajón lo supo siempre. Lo supieron Churchill, Truman, Reagan y Margaret Thatcher, última gran líder europea digna de tal nombre.