Se quejan, con toda la (anteponga aquí el lector en función de sus preferencias la palabra santa u otra peor sonante) razón los estudiantes de Castilla y León de que se juegan su futuro universitario y vital en una partida de cartas con naipes trucados. No hay derecho, es impresentable que habiendo, como debe ser, libertad de matrícula universitaria en el territorio español, en función solamente de la nota obtenida en la prueba de acceso universitario tras el bachillerato, los exámenes no solo no sean exactamente los mismos en toda España, se hagan a la vez y sean corregidos de acuerdo con los mismos criterios, sino que hasta el temario objeto de examen sea completamente distinto, en extensión y dificultad en unas Comunidades y en otras. Competencia desleal se llama esto y en otros ámbitos es perseguida y castigada.

Que las Comunidades Autónomas han traído algunos bienes y unos cuantos males a España es algo que solo los muy extremistas a uno u otro lado pueden poner en cuestión. Pero que el mayor de los daños lo ha infligido el Estado autonómico en la educación es algo tan evidente que solo desde más desvergonzado sectarismo (frecuente en estos tiempos, no obstante) se puede negar sin rubor o carcajada.

En un país tan de letras de oro en las más brillantes etapas de su historia y tan poco instruido en los restantes periodos intercalados, siempre me ha llamado la atención la especial carga ideológica que se le pone a todo lo relacionado con la educación. Más siendo ésta una de las materias que más alejada debería estar del fuego de la política del día a día, del teatro político, del combate de esgrima ideológico.

La educación o "la instrucción", como me gusta más decir desde que se lo leí hace ya unos cuantos años a Alicia Delibes Liniers en su magnífico libro "La gran estafa. El secuestro del sentido común en la educación", es clave para la conformación ideológica (que no partidista) de las sociedades. Por eso debería tratarse con perspectiva, sentido histórico y proyección a largo plazo. Diferenciando lo que se refiere a estructuras administrativas, condiciones laborales del profesorado o modo y forma de organización de los centros escolares en las diferentes etapas, de aquello que debería ser (y no lo es) lo troncal, los contenidos de aprendizaje imprescindible y de definición equitativa del nivel de cada estudiante, viva donde viva.

Sin embargo la armonización en materia educativa sigue siendo el gran tabú. Ni el contenido de los libros de texto, ni las horas de clase que se deben dedicar a cada asignatura se fijan con independencia de quién gobierne en cada región. Ya vemos que hasta la prueba de acceso universitaria tiene distintos nombres. Todos se quejan cuando están en la oposicion, nadie hace lo que hay que hacer cuando ostentan el gobierno de la nación. Sin duda la gran estafa, se llame EBAU, EVAU o como le dé la gana al político de turno.

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