Bajo la condición de clases medias, la derecha sociológica intuye a la perfección cuáles son las amenazas que, en forma de proyectos dogmáticos, totalitarios y liberticidas, buscan subvertir de raíz no ya los fundamentos del sistema político, sino de la sociedad entera. Los millones de ciudadanos, por cierto mayoría según acaban de demostrar las urnas, que no votaron socialista ni comunista, como tampoco apoyaron un fanatismo que ha hecho de la intolerancia y la involución un credo sectario, saben lo que se halla en juego. Para ellos lo está la familia, la libertad y la propiedad.

Certeza y lucidez nacidas de lo obvio, al igual que de una buena dosis de sentido común. En el fondo, nada que ver con la ceguera de una derecha partitocrática, mediatizada por intereses personales y una estrategia volcada en instituciones desvirtuadas, a causa de la deslealtad de una izquierda y un separatismo que jamás tuvieron intención de respetar sus reglas, salvo por exigencias de guión y oportunidad. La derecha cayó en la trampa, para sufrir una triple condena, histórica, moral y política, a manos de quienes le niegan el pan y la sal como posibilidad de llegar al poder por vías democráticas.

Ya es una equivocación entrar en el mercadeo postelectoral, para acentuar el desprestigio de unas fuerzas políticas que, más que ninguna otra dada su situación, debieran erigirse en referente cívico y moral. Pero, sin duda, el más grave error de la derecha partitocrática ha sido dejar a un lado la movilización, único modo de contener el frentismo de una izquierda cada vez más extrema y radicalizada, para renunciar a la presencia de su mayoría sociológica en la calle, los medios y la escena pública en general, a través de organizaciones cívicas militantes, con estructuras capaces de una respuesta efectiva.

Sorprende esa dejación, esa falta de voluntad a la hora de liderar un activismo de base por quienes, gracias a la participación ciudadana, no tuvieron dificultad para llenar las calles de Barcelona con un millón de personas, o la madrileña plaza de Colón en un acto unitario que debería haber marcado para todos el rumbo a seguir. Y sorprende, porque siempre que la derecha se ha movilizado acudiendo a un compromiso directo, la derrota de socialismo y comunismo ha estado garantizada. En las urnas, en la calle o donde fuere.