No soy consciente de haber usado ninguna aplicación, ni pulsado ningún icono diferente a los que estoy acostumbrado a manejar habitualmente, o sea, a los afectan a las funciones de teléfono, email, WhatsApp o a buscar alguna cosa en internet a través de Google. Pero lo cierto es que hace unos días, ocupando toda la pantalla, apareció en mi teléfono inteligente - los ingleses lo llaman "smartphone"- una información que decía donde había estado unos minutos antes. Evidentemente, debí tocar algo sin ser consciente de ello, porque, además del nombre y la fotografía del lugar en cuestión, aparecían también una serie de datos que ni me interesaban ni venían a cuento de lo que yo estaba haciendo. Pero ahí no terminó la cosa, pues acto seguido, o de manera simultánea, no podría asegurar como llegó a producirse tal hecho, fueron apareciendo otros datos con los lugares donde había ido el día anterior y el anterior al anterior, incluidas algunas fotografías que había hecho con mi móvil. Así surgieron los sitios más variopintos, desde establecimientos hosteleros hasta museos, pasando por una catedral. También aparecía una óptica y un hospital, además de un supermercado.

Si bien no estoy muy al tanto de las últimas tecnologías soy consciente que el dispositivo del que dispongo cuenta con GPS, pero yo pensaba que se trataba de un servicio que se ponía en marcha a requerimiento el usuario; vamos, que era una ayuda para podernos guiar cuando se trata de encontrar esa calle que a veces se nos resiste. Pero lo que no podía esperar es que "alguien" vigilara nuestros pasos y los registrara en alguna parte, y que, de la misma manera que me los había mostrado a mí, se los podía haber enseñado a quien le hubiera apetecido. Y es que, en realidad, estamos controlados en todos nuestros movimientos, de manera que la figura del detective puede incluso estar quedando en desuso, porque este nuevo sistema nos vigila las 24 horas del día sin aparente costo, aunque solo aparente, porque en realidad lo estamos pagando con una parte de nuestra libertad, como es la intimidad.

Lo peor de todo es que el registro, sin permiso, de nuestros pasos y movimientos, debe de ser legal, y que ese siniestro sistema que actúa sin que nos enteremos, rige nuestros destinos, haciendo que nos encontremos en manos de un Gran Hermano que nos vigila, que registra nuestra vida y milagros, y que los puede vender o regalar a quien se le ponga en las narices.

Se acabó aquello de decir que habíamos ido a comprar el periódico, cuando en realidad lo que habíamos hecho era tomar una caña con los amigos. O justificar el retraso en la llegada al trabajo echándole la culpa a habernos entretenido en la consulta del médico. Esas y otras pequeñas mentiras se han acabado para siempre. Esas mentiras y cualquier otro acto que no nos gustaría que llegara a enterarse alguien, especialmente nuestros enemigos o nuestra competencia, o incluso nuestra propia familia cuando tratamos de darles alguna agradable sorpresa.

Puede que haya gente que se encuentre a gusto con que le estén controlando de esa manera, haciendo un mal uso de la tecnología moderna, pero a mí no me hace ni pizca de gracia, porque, nada más pensar que el Gran Hermano me vigila me pone de los nervios. Y es que, como decía Javier Marías en unos de sus libros "a veces nos dan ideas quienes nos previenen contra esas ideas, nos las dan porque nos previenen, y hacen que se nos ocurra lo que nunca habríamos conseguido"

Así que no lo he pensado dos veces y he buscado en internet la manera de eliminar tal control, y lo he encontrado. Hay dos maneras de hacerlo, una borrando los datos del pasado, y otra impidiendo que se sigan grabando en el futuro. Al menos así lo "venden" en ese medio. Pero la verdad es que no me he quedado del todo tranquilo, porque no parece probable que al Gran Hermano no le importe perder esa información, y que permita que la gente tenga derecho a actuar libremente, sin que los demás sepan lo que está haciendo, con intimidad, como le parezca oportuno.

Para mayor desventura me he enterado que también hay altavoces que, basados en la técnica de los ultrasonidos, te controlan de determinada manera, y que los ordenadores incluso graban imágenes en directo, de manera que lo mismo te pueden ver pulsando una tecla, que metiéndote un dedo en la nariz, por poner por caso. Algo parecido puede decirse de los receptores de televisión.

Y para colmo tengo un Huawei, ese teléfono inteligente que ha decido el señor Trump que tiene los días contados. Aunque no me extrañe que actúe así, que quiera acabar con esa empresa, ya que quien tiene la información tiene el poder y quien controle el G-5, la tecnología, que dará un paso de gigante a la economía, dominará el mundo a través de la automoción, los robots, las comunicaciones y la medicina. De manera que, obviamente, los chinos son un enemigo a batir.

Pues eso, que tal y como va la cosa me tocará comprar otro teléfono inteligente y que, para más inri, cuesta una pasta.