El pasado 8 de marzo nos ha mostrado el inmenso poder que puede llegar a desarrollar un colectivo unido buscando metas comunes, aun así, se supone que faltan muchos años para lograr esa igualdad que proponen las mujeres. Otros colectivos hacen demostración de fuerza, como los homosexuales, que cada vez son más aceptados en una sociedad que no hace muchos años, los tildaba de enfermos y degenerados. La eutanasia, el aborto, la gestación subrogada, son logros de minorías que paso a paso son aceptados por una sociedad que tiene su marco cultural, ético, familiar, que rechaza de plano estas realidades y poco a poco las va incorporando en su esquema cultual, para muchos, con escándalo y a regañadientes, por considerar que los valores que han enmarcado su vida, se estremecen con las nuevas posturas rompedoras y vanguardistas.

La sociedad avanza lentamente entre lo tradicional y lo nuevo, aceptando o tolerando los cambios que se van imponiendo.

Cuanta fuerza y lucha hay detrás de cada logro de un colectivo. Por otro lado, las personas que no tienen esa fuerza aglutinadora, ese poder de convocatoria, que son silencioso y vulnerables, grupos como inmigrantes, niños sin hogar, los pobres y los ancianos, quien va a defender sus mínimos derechos o van a buscar medidas que los protejan? Hasta los desahucios por impago, tiene grupos de apoyo, pero es preocupante que esa parte de la sociedad que no tiene quien la proteja y defienda, que no mueve masas ruidosas en manifestaciones, que no se visibilizan, puedan llegar a ser olvidados y dejados a su suerte.

Más allá de las banderas de los políticos, de su interés real o no, por la justicia social, el estado debe tener unas políticas claras, justas, suficientes para ocuparse de esos colectivos vulnerables y casi invisibles, no por ello poco importantes. Los ancianos, por ejemplo, son una realidad mayoritaria en muchas regiones de nuestro entorno, sobretodo donde hay una notable despoblación, por la emigración de la gente más joven.

Un anciano es una persona vulnerable que merece toda nuestra atención y respeto, lejos de ello, cada vez más solos y aislados, acaban su vida de una manera inhumana: sin afectos y sin familia, desprotegidos, cada vez más aislados, viviendo sus últimos años entre la confusión, las dolencias, las añoranzas, la tristeza y la depresión.

Son necesarias varias actitudes frente a los ancianos, sobre todo aquellos que viven en zonas rurales y aisladas: visibilizarlos, desarrollar sensibilidad ante su circunstancias, empatía y afecto, además llevar a cabo acciones como: diseñar programas, legislar, prever, disponer de recursos financieros y efectivos calificados que puedan desarrollar dichos programas de protección y acompañamiento para estas personas mayores y vulnerables.

Más allá de los políticos de turno, el estado debe desarrollar una estructura sólida de ayuda social. En una sociedad bien estructurada, no deberían ser necesidad las manifestaciones pasivas o ruidosas con gritos exigentes, ni los programas de televisión llenos de denuncias y quejas. Necesitamos una sólida estructura de ayuda social que fundamente ética y efectivamente aquellos colectivos más vulnerables, que se adapte a los cambios sociales, para lograr esa calidad de vida que alcance a todos y así lograr la España que todos queremos y merecemos.

(*) Presidente de la Liga pro Derechos Humanos